SOBRE LA MARCHA: El extraño caso del mordisco en la yugular

Le amenazó con darle un mordisco en la yugular y se sintió el hombre más feliz del mundo, y aunque la yugular fuera suya no dimensionaba el sentido de la frase ni lo trágico que podría llegar a ser un mordisco en el cuello con rotura de yugular. Casi parecían las conclusiones de un forense viendo el cadáver maltrecho del infeliz. Ahora lo que estaba por ver era si lo haría o no efectivo. Lo hizo, lo hizo nada más verle. Un enorme mordisco que todavía no sabe bien si fue una expresión de cariño o de enorme agresividad. El caso es que cuando se iba acercando a zancadas cortas y rápidas por el pasillo del aparcamiento lo iba haciendo con una sonrisa que en principio le pareció escalofriante pero que al estar lo suficientemente lejos pudo ir acostumbrándose a ver esa cara con esa expresión de, no te voy hacer nada o a lo mejor sí, lo pensaré por el camino. O no te preocupes por nada que todo acabará pronto. Lo que estaba bastante claro es que alguna decisión había tomado y que tan solo faltaban unos segundos para escuchar el veredicto. Y él tratando de pensar rápido, o bien se iba a conformar con echarle un pequeño y sutil rapapolvo o uno enorme y desmesurado o iba a pasar directamente al abrazo y al mordisco. El abrazo fue sincero, nunca lo hubiera dudado. Sorprendentemente no fluyó la sangre a borbotones sino que notó como le escurría un líquido espeso que al tocarlo y mirarlo le pareció que tenía un color ocre y que le recordó, a las paredes pintadas de la casa de su amigo Alonso. Salió lentamente, como no queriendo salir, como si la ayuda de la primera convulsión no hubiera sido tan siquiera necesaria, y que esa misma pastosidad serviría para tapar la herida infligida. Pero no le había causado herida alguna. No mordió. No había lesión, no inoculó veneno. Se dio cuenta que había segregado una baba caliente y salada. Una baba dulcemente caliente, dulcemente salada. Una baba llena de cariño. Eran lágrimas…

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