SOBRE LA MARCHA: Tal vez demasiado pequeño

La tarde empezaba a volverse pálida y en mi pensamiento se dibujaba Madrid, sitio al que yo pertenecía sin ninguna duda. Miré mi reloj. No faltaría mucho para que partiera la familia y necesitaba estar preparado para la despedida. Allí me dejaban al albur de cualquier mal cura con sotana que podía ejercer, con su poder divino, el derecho de pernada con sus alumnos y si estos eran malos estudiantes, mejor y mayor fuerza tenían como argumento para hacer de su sotana un sayo. Tal vez era demasiado pequeño como para quedarme tan solo y a lo mejor por eso me costó trabajo y una buena dosis de lágrimas. Lágrimas que acabé compartiendo con algún otro que deambulaba como yo por las calles de la ciudad. La soledad me ahogaba, tenía ganas de correr detrás del coche que se alejaba lenta e inexorablemente pero me quedé inmóvil con la vista perdida en el horizonte. Quizá incrédulo de lo que estaba pasando, como si me estuvieran gastando una broma pesada. Pero se trataba de la realidad cruda y desnuda. Y no grité: no tenía voz. Comencé a caminar sin rumbo fijo en una ciudad que no conocía. Sentía las lágrimas caer por mis mejillas sin ruborizarme de la mirada de esa gente tan extraña y podía percibir el sonido al estrellarse contra el empedrado mi rabia, mi impotencia, mi vergüenza. Buscaba algún lugar para poder desahogarme a gusto. Pero mis ojos humedecidos veían gente, mucha gente, demasiada gente y muy extraña. Sí, se que lo he dicho antes pero era algo que me llamó poderosamente la atención. Acabé en la estación de tren sentado en su único banco y en su único andén con los codos apoyados en los muslos y con las manos apoyadas en las mejillas con la mirada perdida en aquellos raíles y esa infinita vía en línea recta que había hasta que se te perdía la vista. Y que pude comprobar cuando apareció el tren que iba a Madrid y vi desaparecer el último vagón del tren. Cuando no estás acostumbrado a estar solo es bastante difícil sobrevivir al dolor de la soledad. Pero la vida te enseña y te anima a que aprendas rápido para no morir en el intento. Y se buscan argumentos para salir adelante, y se encuentran con más o menos facilidad. Pero lo que no acaba nunca es la sensación de haber estado en un lugar que no estaba hecho para ti y en el que caí, de alguna manera, porque algún miembro de la familia seguramente mal dirigido por alguno de esos amigos listos, de sotana, le habló del tema y no pareció tan mala idea. Pero cuántas cosas pueden pasar a esas edades tan tempranas…

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