SOBRE LA MARCHA: Sin querer quiere Ramón...

Y ahora qué hace. Su cabeza no para de funcionar. Ha empezado a quererla y tiene miedo. Como si querer a alguien fuera malo. El mismo sentido de la palabra le puede producir urticaria. No Ramón, no debes dejar que ese sentimiento te atrape, déjalo estar y ya verás cómo se te pasa, le dicen con sorna en el bareto la gente a la que le ha confiado su perturbación. Y él piensa que, aún pasándolo mal, no cree que sea tan malo. Ha tenido demasiado claro sus sentimientos. Se va a dar un tiempo. Digamos que hasta el mismo momento en que la vuelva a ver. Tiene una ligera idea de cómo es, aunque no se haya quedado con todas sus facciones. En una rueda de reconocimiento policial, posiblemente acertaría siempre y cuando no hubiera grandes diferencias, claro está. Ese pensamiento le esboza una ligera sonrisa que no es capaz de contener. Se sorprende porque sabe que nunca ha sido un hombre ocurrente. A lo mejor se podría haber equivocado y por esa misma razón necesita volver a verla al menos una vez más. Averiguar que aquella cara que vagamente recuerda es la misma cara que ha elegido para...no sabe muy bien para qué, pero lo ha elegido...O ha sido ella. Eso no lo recuerda. Pero lo que sabe seguro es no haber sentido jamás nada parecido. Así que se atreve a pensar en cosas para hacer, con tal de volver a verla, pero también es parco en ideas. Incluso sorprendentemente para lo poco imaginativo que es, tiene claro que ella piensa y siente lo mismo que él. Nunca ha sido bueno en los juegos de amor y no se siente cómodo en ese terreno. Una cosa es lo meramente platónico y otra que vaya a lo tangible, en algo que pueda tocar de vez en cuando sin necesidad de que sea suyo para siempre...ese pensamiento le ruboriza y le espanta: tocar de vez en cuando...No se reconoce. Se acaba de convertir en el ave rapaz o peor en el ave carroñera que tanta rabia le ha dado. Se puede convertir con tan solo ese pensamiento en la típica persona que siempre ha odiado e incluso combatido: un depredador impenitente como lo son sus propios compañeros y todos los hombres que él conoce. Y sí, siempre ha estado satisfecho de la vida tan segura que le ha tocado vivir, sonríe por ese juego de palabras que se acaba de inventar y que tampoco se prodiga mucho. Esas palabras o frases con dobles sentidos, y que parece que todo el mundo las ríe, le han parecido desde bien pequeño, chabacanerías facilonas de gente de barrios deprimidos que como siempre tienen la obligación de ser por lo menos felices en sus miserias y sacarle punta a sus propias desgracias. Nunca ha sentido prisa por tener una mujer a su lado. Siempre supuso que el devenir de los años y solo por el hecho de vivir un día tras otro sin darle mayor importancia sería suficiente como para que en cualquier momento le surgiera la persona que quisiera compartir su vida y por ende llenarle de ricas experiencias. Pero nada más. Aceptando ese, cualquier cosa, como un número indeterminado de incidencias claras y no tan claras que le fueran surgiendo a lo largo de la vida. Y de incidencias se precia de ser un gran conocedor de la especie humana queriéndole meter cualquier cosa con tal de que el seguro pague. Y ahí sí que no se le puede pillar siempre ha sido un empleado modelo en esa gran casa que es su empresa: una aseguradora de talla. Prestigiosa, sin duda como todas ellas y en parte él cree que de alguna manera ha contribuido a que así, y en particular la suya, lo sea. Esos partes amarillos que saca del cajón de su despacho una y mil veces cuando alguno de sus asegurados le reclama algo. El encabezamiento no deja ninguna duda de lo que hay que rellenar más abajo "parte de incidencias". Y en este caso la imaginación se dispara y se disparata "cualquier cosa", y a rellenar, desde un tropezón en las baldosas asesinas de las aceras de Madrid, hasta el vaso de cerveza resbalándosele de entre sus manos al pobre camarero y salpicando de espuma a todos los de alrededor. ¡Menuda vergüenza la del camarero, no la del alcalde que ese la desconoce! En ese terreno sí que se siente seguro.

Comentarios