SOBRE LA MARCHA: El ojo de la cerradura

Lo sé, se que todo el mundo, escritor, charlatán, o gente de la calle, de la que llamamos vulgarmente, gente, ha tenido una experiencia similar sino igual a esta que me toca contar. Por lo tanto dejaré de pensar que soy el único en la especie que le ha pasado algo parecido, sino que es tan habitual que todo el mundo sin excepción tiene algo que decir al respecto; bien porque le haya pasado directamente o bien porque conoce a alguien que se lo ha contado. Como un mal chiste. Al gano...El ojo de la cerradura de la puerta de la habitación de la mujer que vivía con nosotros, esto es un eufemismo de libro, la chacha que vivía con nosotros en casa, allá por los años sesenta, fue todo un descubrimiento para mis sentidos. Fue toda una puerta abierta al mundo de lo prohibido, al mundo fantástico de otro cuerpo distinto al mío y además de otro sexo del que me fascinó desde el principio: no quiero que dejen de leer por los tópicos que voy a emplear sin querer, pero procuraré evitarlos de  la manera que mi intelecto pueda o sepa. Pero alguna caerá y esta es la primera pero los hechos son los hechos y estos están llenos de tópicos como la vida misma: la falta del aparato para poder hacer el pis de esa mujer con toda normalidad. Me enteré de algo que me dejó sorprendido y es que las niñas meaban sentadas y no como nosotros, precisamente por la falta de aquello que teníamos los hombres de más. Una apreciación tan sutil y tan natural que ahora lo pienso y me parece no haberlo vivido nunca. Pero insisto que los hechos son los hechos y así es como hay que contarlos. Qué decir de la hinchazón que tenía la pobre mujer en el pecho, el caso es que hasta que no lo ves desnudo no te das cuenta que incluso con la ropa se notaba que aquello sobresalía más que el de los hombres y que se les llamaba pechos, los pechos de la mujer…de lo demás se ha escrito también demasiado a sí que otro más no debe importar. El deseo del sexo compartido o mejor dicho su deseo, el de ella, no excesivamente mayor pero sí lo suficiente como para sentir ese deseo del que yo todavía era ajeno. Mi sueño y mi realidad fue mucho tiempo después. Ella fue la que me destetó del mundo de la infancia y me abrió el mundo de los adultos, del juego seductor de las caricias, de los besos que cubrían su excitación y que a mí solo me parecía un juego, juego poco productivo enredándome entre aquellas carnes que conocía de tantos paseos en brazos y otras tantas de verme apresado entre sus dedos. Dedos fuertes y cuarteados. Duros, poco agradables al tacto. De eso me acuerdo, no sé muy bien el por qué. Tal vez por el tema harto sabido de las sensaciones como si no hubiera otra cosa en el mundo nada más que el juego seductor de las sensaciones. Por aquél entonces no recuerdo que produjera, no seguro que todavía no era productivo, pero alcanzaba un grado de excitación que no se parece al del adulto. Solo ella sabía lo que hacía, solo ella sacaba el beneficio de su voluptuosidad, del placer desordenado en una criatura que no tenía diez años y que aparentaba siete. Pero los recuerdos se agolpan de una manera brutal y te descubren la carne rosada entre las sábanas y ese pelo negro, arrugado y con un sabor especial que me hacía cosquillas cuando me lo acercaba a la cara. Y yo sin darme cuenta de lo que hacía y yo sin entender la necesidad de amor o la necesidad de cariño o la depravación en los tiempos de agresión humana tan escandalosa a la que se sentía sometidos la juventud de aquellos años. Un niño que con sus diez años aparentando siete no era capaz de hablar con los mayores con sus mayores porque con ellos no se podía hablar. Solo y en todo caso escuchar y si en algo apreciabas tu existencia y te preguntaban algo y no estabas atento o no eras rápido de reflejos aquello sí que podía ser que te cayera como una losa con toda la fuerza bruta de las personas mayores un buen sopapo lleno de equilibrio, de gratitud ante lo que podía llegar a ser tu salvación. Quien bien te quiere te hará llorar…y por supuesto con toda la sabia carga de la ley. Ese ojo bendito de la cerradura de la santísima trinidad y de todos los santos. Esos excelsos momentos de cremas o aceites a los que era sometido ese cuerpo hermoso ese hermoso cuerpo desnudo, sometiéndole a esos masajes aceitosos y que debían de estar unos largos minutos desnuda y brillante,. Brillante y desnuda o brillantemente desnuda, para poder secar y que aunque los ojos atravesaran momentos de infortunio, de escozor brutal, de nebulosas incómodas, todo era aguantable por el espectáculo que te proporcionaba ese ojo maravilloso de una cerradura de las que solamente la llave hueca era capaz de abrir, pero que el ojo humano percibía más allá de toda ley física. El cansancio no significaba otra cosa que el largo tiempo que se llevaba pegado a ese agujero tan placentero y siempre a la misma hora que para eso uno controlaba el tiempo que quedaba entre la merienda y la cena. Seguramente demasiado cuerpo para verlo detrás del ojo de una cerradura.

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