SOBRE LA MARCHA: El espejo y el asomado
Hasta el mismo momento en que el espejo reflejó una imagen irreconocible
no me di cuenta de su envejecimiento. Sin duda yo no podía ser aquél que el
espejo me ofrecía. A lo mejor quería darme a conocer a otra persona que antes
se hubiera asomado a aquel mismo espejo y que sería seguramente ella, la otra
persona la que había guardado en su memoria y que ahora en una suerte de
venganza, hastío o por un hartazgo de ver a cada momento esas caras tan tontas,
tan simples, tan distintas se dedicaba a mostrar caras, como quien tiene un
muestrario y lo enseña. Caras, siempre caras, o en su mayoría. Caras
somnolientas, o llenas de legañas, sacando desproporcionadamente la lengua para
mirarse concretamente ¿el qué? y con esa cosa en la cabeza que dicen parecerse
al pelo y que hasta que no lo cepillan o peinan puede ser cualquier cosa. O
sencillamente está tan aburrido que ha decidido pasarlo bien y burlarse de todo
el que se mire. Y es que es inevitable que las personas nos asomemos a ese
espacio reducido, claustrofóbico, íntimo y único como es único lo que trata de
reflejar. Pero nunca pensé en el deterioro físico que pudieran sufrir esos
misteriosos trastos siempre dispuestos en teoría a reflejar una imagen
absolutamente real del asomado y casi siempre tan falsa. Tal vez sea una de las
razones que me impulsan a no comprar cosas, objetos, libros, discos, casas que
hayan sido usadas por alguna otra persona o personas. Me da la sensación de
estar siempre rodeado de ellas aunque no necesariamente tengan que estar
muertas. Pueden estar viviendo al lado o a mil kilómetros de distancia que yo
las presiento en el lugar donde han estado viviendo o se han asomado, o leído o
escuchado. Ya sé que suena raro pero es así. No tengo una sensación más
horrible que cuando me acerco a un baño público. Normalmente no miro ni por
error a los espejos para lavarme las manos y sé que hago cosas muy raras a la
vista de las personas que en ese momento comparten el aseo. Pero no puedo
evitarlo. Es una mala sensación, una enajenación, una obsesión, lo que sea pero
no hago daño a nadie. Mi Paca se empeñó en adquirir el espejo en un mercadillo.
Se le antojó, como tantas cosas y no es que me queje de ella, que es una santa,
pero sí parece que tiene ese don de comprar todo lo que a mí no me gusta y lo
sabe y lo hace. Y yo no sé decirle que no a nada. Y lo compro pensando que
desde ese mismo momento tendré que mirarme en cualquier otro sitio de la casa.
La verdad es que a mí me vale hasta el cristal de la ventana. Pero anoche no
tuve más remedio y fijé la mirada en lo que creía ser yo y no me ofreció nada
fiel. Sí me pareció como si hubiera estado esperando el momento y que sabía que
algún día iba a llegar para burlarse descaradamente de mi, tal vez por no
quererle comprar. Y lo hizo, ya lo creo que lo hizo y también provocó en mí
amargura, desazón, cabreo y...ese señor tan mayor con esos ojos casi
desaparecidos y sin brillo, sin vida, con bolsas enormes en los párpados, no
recordé que nadie me hubiera dado una paliza para tenerlos así de abultados.
Calvo muy calvo o en su mayor parte y con esa cara tan ruda no podía ser
yo...porque no la había visto antes...quise recordar...
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