SOBRE LA MARCHA: Oremus

Ceniza a la ceniza, polvo al polvo. Las cenizas al cenicero y los polvos a la polvera. Curas que decís estas cosas. Curas que encendéis los polvos. Que confundís unos polvos con otros. Que mezcláis, que picáis, que saboreáis, que lo usáis como hombres de carne y hueso que sois. Hombres que decís no ser. Hombres que decís lo que no se debe hacer y hacéis lo que no se puede decir. Que vuestra santa voluntad es santa porque sois curas, así lo bendecís. Curas que hacéis lo que os la gana. Que guardáis para vosotros las cosas ricas de la vida porque por la lógica que estudiáis bien sabéis que aquí se acaba todo. Que la vida eterna no existe. Que la vida es tan efímera que os da miedo perderla como a cada quisqui, y que por esta razón y no por ninguna otra se debe de vivir a tope o por lo menos lo máximo que se pueda y se sepa. Que es demasiado vulgar hacer lo que hace el vulgo, que es más fácil decir todo lo que hay y no hay que hacer, pero a los demás. Que lo vuestro sí que es una profesión redonda y que solo vosotros sabéis porque lo habéis aprendido y entendido que es la única, única como la mejor manera de vivir la vida. Experimentando todo, porque el perdón es para el pecador más impío para el pecador absoluto y vosotros solo sois el brazo ejecutor, el engaña bobos, los sumilleres de la vida. Sois listos los lleváis siendo desde que se fundó la empresa hace, según la historia, por su puesto sagrada, algo más de dos mil años y sigue como nueva con algún que otro tropezón. Algo tiene que haber a vuestro favor ya que no os ha desgastado el poder. Seguiréis enriqueciéndoos, seguiréis chupando de las arcas del Estado hasta que alguien (el día queda aún lejano) diga que ya está bien que como cualquier empresa os tendréis que autofinanciar con el dinero de vuestros socios. Pero no sucumbiréis por lo menos en otros dos mil años porque frente a las vicisitudes que os planta la vida, o los hombres de la vida, ahí estarán vuestras sotanas, siempre preparadas para seguir escondiendo las pelotas de los niños en los recreos, agitando mentes necesitadas de alguien que le escuche por una limosna en el cepillo de la iglesia para la calefacción, y así una y otra vez, asustando con el infierno, con el fuego eterno que es algo más descarnado, con las paranoias aprendidas de curas a curas durante tanto tiempo y que siempre ha dado el fruto deseado y a vueltas con la misma canción de amén así sea y con el ángelus, arrodillado en cualquier parte que pille, a las doce en punto del medio día.

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