SOBRE LA MARCHA: Dejé de querer

Durante toda mi vida había escuchado a mis mayores decir que llegando a una cierta edad era raro encontrarse bien más de dos días seguidos. Que el tiempo además de agotarse para cada uno, agotaba por su cadencia cansina y machacona. Y que había que cuidar y darse cuenta de cada segundo que pasaba. Cada día es único como también son únicos las cosas que te pasan, lo bueno y lo malo, lo agradable y lo desagradable. Todo se agota, nada es eterno, por eso ni lo bueno puede ser tan bueno, ni lo malo tan malo. Diciéndome estas cosas, en la cama del hospital tratando de que no enloqueciera por lo que ella sabía y yo trataba de no enterarme para protegerme de lo inevitable: ella tan entera y yo tan vulnerable. Y entonces tu mano cogía la mía como queriendo, a través de la piel insuflarme razón, tranquilidad y algo más de la vida que se te iba escapando del cuerpo: desvanecido el aliento, secos lo labios y en los ojos las últimas lágrimas. Yo te hubiera dado gustoso la mitad de la vida que a mí me quedara con tal de tenerte un poco más a mi lado. Un poco más del sosiego y la tranquilidad que tú me proporcionabas y un poco más del cariño que tiempo después de haberte marchado no logré encontrar en nadie más. Me decían que era yo el que no dejaba entrar a nadie en mi mundo. Que me había convertido en un ser solitario revestido de un caparazón, de una coraza infranqueable ante la ternura de los demás. Posiblemente será así hasta mi fin. Pero yo no quiero más manos que las tuyas. Yo no quiero más aliento, más palabras, más amor que el tuyo. Dejé de querer, como dejé de escuchar, como dejé de mirar y de existir. Me aislé en mi mundo tratando de acordarme de todo aquello que me habías dicho durante tantos años y que no era capaz de recordar.

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