SOBRE LA MARCHA: El frenazo

Cada frenazo del metro los pocos viajeros que hay en cada vagón son desplazados violentamente. Las miradas se cruzan interrogantes pero nadie dice nada. Solo se espera. Otro acelerón seguido de otro frenazo. Parece como si los mandos los hubiera cogido el hijo del conductor con su pequeño culo medio apoyado en los muslos de su padre agarrado como un poseso a los mandos del tren: criaturita vibrante, excitada, exultante de alegría: Padre orgulloso profiriendo carcajadas por las monerías del niño. ¡Y es que Carlitos tiene unas cosas que para qué! Y el tal Carlitos tronchándose igualmente de risa y encantado con el trabajo de papá que más que un trabajo siente que su padre está jugando entre raíles, vagones, luces de colores, largos túneles y viajeros de verdad, con trenes que se cruzan unos con otros, en un parque de atracciones de mayores. Se respiran momentos de pánico que salen en forma de alaridos de las bocas de las personas más sensibles otros igual de asustados tratan de guardar las formas hasta saber qué es exactamente lo que pasa. Pero en el fondo todos sienten el temor de la catástrofe que en cualquier momento puede estallar. No era acaso motivo de mayor preocupación los frenazos si no los acelerones: en esos momentos y con el tren galopando lo que se espera es que el sistema de frenado funcione y como mal menor unas pequeñas contusiones y nada más. El sentirse estampado en el final de la línea contra el muro de contención de trenes o contra los bolardos del final de la estación empiezan a desquiciar a los pasajeros…a veces el pensamiento único existe. A veces el terror también…

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