SOBRE LA MARCHA: El saxo

Maldito lunes. Temía que llegara el momento en que sonara el móvil y apareciera su nombre. La persona que, aún no deseándola realmente ningún mal, no quería volver a ver en mi vida. Y es que durante un año entero me había enamorado del sonido más intenso que había podido escuchar. Era un quejido, era una súplica, era una necesidad de hacerse oír que yo le proporcionaba tan solo con apretarle en mi pecho y acercarme a sus labios y besarlo y él conseguía penetrarme con sus notas, como si me estuviera hablando en un susurro. Un sonido emotivo, intenso, de los que llegan, de los que calan.
Maldito lunes apareció en pantalla el nombre del dueño de mi saxo, del que adopté como mi saxo…Sí, sé que no tengo ningún derecho a hablar así, pero no puedo evitarlo y muero de ganas de volver a tenerlo. No otro cualquiera sino el mío por derecho propio…Han pasado unos cuantos años, casi demasiados y espero que lo hayan tratado bien. Estará igual de brillante aunque seguro que mucho menos mimado y lo rememoro y no se me han pasado las ganas ni tampoco el rencor que guardo a la persona que me lo dejó un día y me lo arrebató otro día. Sí, sabía que algún día vendría a por él. Insisto sé que no era mío del todo, pero ya llevaba mucho de mí. Demasiada baba desarrollada en su interior. Puede parecer contradictorio y lo será, pero es lo que sentía. Era mi saxo, aunque el dueño fuera otro. Era mi saxo de corazón, de mis oídos, de mi boca, de mi aliento, era sencillamente una prolongación de mí mismo y odiaba a la persona que me había separado de él casi de una manera cruel y yo, persona débil y caprichosa donde las haya me generó una obsesión enfermiza, que fue creciendo cada día un poco más. Y es que conforme me iba encariñando con el susurro de las notas que iban saliendo cada vez más perfeccionadas por las horas que le dedicaba, a acariciar su metal, a abrir sus llaves y cada llave era como una pequeña sorpresa musical, sonidos sorprendentes o nunca escuchados, no por su perfección que distaba mucho de serlo, sino porque los oía tan cerca que eran míos...A veces me decía, tratando de convencerme, que quería que llamara, que no me importaba porque le iba a decir que aun sabiendo que el saxo era suyo en tantos meses pegado a él, lo había querido, acariciado, chupado, babeado, limpiado y recogido delicadamente como la mejor de las joyas que jamás fuera a tener. Que los derechos adquiridos estaban contemplados dentro de la norma de generosidad humana y que no podía venir a pedirme algo que me iba a dejar huérfano de por vida, porque no me lo merecía. Y nunca me sentí guarda y custodio, sino que llegué a adquirir esa ilusión de que se le hubiera olvidado como tantas y tantas veces a lo largo de mi vida me había ocurrido a mí y supongo que a todo el mundo. Qué excusa creíble podría ponerle, sino que me dejaba sin un instrumento, que de no haberlo tenido nunca, no me hubiera sentido tan vacío, tan sordo, tan alejado del mundo. Que en un traslado lo había perdido, que me lo habían robado del maletero del coche. Que alguien me drogó y me lo robó, que un día se me había caído de las manos cuando estaba tocando en la terraza de nonagésimo piso emulando a cualquier Jackson y se me había caído y hecho pedazos. Irreconocible por irrecuperable. Que le iba a llamar para contárselo pero que no encontraba su número porque a mi móvil le paso algo parecido como al saxo pero que ya no era capaz de recordar nada de lo que había pasado…en fin…cualquier cosa con tal de hacerlo creíble y que él lo diera por perdido. Pero no fue así. La jodida realidad te hace entender que los sueños son evasiones de una realidad de la que se pretende huir. Y en algunos casos como el mío un profundo trastorno de una cabeza rica en ilusiones baldías que saltan en pedazos tan minúsculos que te acaban golpeando, aunque no quieras. La ilusión de un iluso por querer apoderarse de lo que no es suyo. Y la cruel realidad fue que el saxo viajó a Madrid que lo recogió a la hora fijada, pero donde yo dije. Un año entero con el saxofón tenor USA de los años 40 del siglo pasado. Un saxo tenor que en mi fantasía le había visto y oído tocar, a cualquier negro de Nueva Orleans. Un saxo que sus notas, como buen saxo, languidecían, no paraban de soltar lágrimas de desconsuelo y de ternura. Un saxo que sonaba en una calle de casas coloniales frente al río Mississippi. Sonidos cálidos, sonidos quedos. Jazz tranquilo, jazz suave, nota a nota saliendo el quejido de tanto sufrimiento. Los dedos ágiles liberando las llaves y con su liberación la angustia. El aire pasando y convirtiendo el soplido en un Do oscuro, pesado. Y levantando el dedo pequeño de la mano derecha el aire expulsado llega a ser un Fa. Y nota a nota lentamente jugando con los dedos van saliendo liberadas y con ellas las melodías y con las melodías los guiños al trabajo, a la lucha, a la sangre y a la muerte del pueblo oprimido. Del pueblo que salió a hostias de África. Y conseguido hacer de un tubo de metal retorcido el instrumento más melancólico de los sonidos como el reflejo de su historia. Será mañana cuando salga de casa. Será pasado mañana cuando desaparezca para siempre de mi vida. Será que la vida tiene que ser siempre así a medio camino entre la felicidad y la infelicidad...


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