SOBRE LA MARCHA: Azul Ciego (Serie Metro)

Tenía fijación por ese personaje que parecía haber sido expulsado de un cuento fantástico. Un personaje sucio, feo, maloliente, desdentado, descuidado y con una mancha blanquecina sobre sus hombros. Su chaqueta muy bien pudiera hacer varios años que no se la quitaba. Arrastraba los pies como si le hubieran castigado a llevarse todo lo que hubiera a su paso. Se le quedaban pegados todos los trozos de papel, desde el minúsculo al más grande y cualquiera de los líquidos que llegara a pisar empapaban esos papeles haciéndose una argamasa dura… y los chicles, todos. Chicles que a veces mejoraban las punteras de los zapatos irremediablemente abiertos al exterior. Esa era la cosa que llevaba tapando los pies para no ir descalzo. No podía imaginar cómo podía tener los calcetines, seguro que, corrompidos del sudor, con agujeros, eso como poco, pero surgía la duda de si los llevaba, pero cuando se descuidaba se le veían desnudos los tobillos, aunque tímidamente asomaban trozos de calcetín como si los zapatos tuvieran más hambre que su dueño y los hubieran engullido. Eran de un color indefinido. Todo parecía en él un personaje abandonado, desplazado y sin posibilidad de reinserción.
Mi fijación por aquél personaje, como he dicho, parecía como si hubiera salido de cualquier relato de Dickens. Un personaje casi irreal, sucio, gris, muy oscuro, casi negro. Como si hubiera sido puesto a propósito por alguien para dar sentido de calma y satisfacción al resto del mundo. Una llamada de atención medida con exactitud para un fin: poner a la vista lo peor para sentirse mejor. Un magnífico reclamo ante los ojos de los demás entendiendo que la suerte de unos era la desgracia de otros y que por ese motivo y si no se estaba en esas condiciones de precariedad, había que estar cuanto menos, contentos…los hilos que mueve el capital son tan inescrutables, como los designios del señor o eso decían mis mayores…
 No era muy consciente lo sé, pero se había quedado pegado a mi cabeza, como me pasa de una manera habitual con cualquier persona que me llame la atención por cualquier detalle insignificante para el resto del mundo. Mi fantasía hacía el resto, me llevaba como por embrujo a idealizar, a fantasear, a manipular esa realidad que no me gustaba. Nadie se merecía vivir mal. Nadie se merecía más fatalidad que la que ya te venía por el mero hecho de vivir. Ya se encargaba la vida y el paso del tiempo, en poner a cada persona en su caja, bien guardados como tesoros. Con su nombre y sus dos fechas…en eso quedamos, en un nombre y dos fechas…

En aquella ocasión también me pasó, como tantas y tantas veces, al bajarme del vagón del metro y cruzarme con él. Estaba recostado en la pared y nuestras miradas se cruzaron casi con la misma curiosidad y se quedaron fijos. Eran sus ojos de un azul tan intenso, casi ciegos, los que me perturbaron. Parecía haber todo un mundo fascinante apresado en ellos como si tuvieran ganas de salir de sus cuencas y mirarlo todo y contarlo en voz alta. Así durante días y semanas estuvo y yo con la desesperación de querer acercarme a él y con la angustia de no hacerlo y de que en algún momento desapareciera y no le volviera a ver nunca más y yo quedarme sin saber su historia. Era como si todo hubiera desaparecido en el mismo momento que él cruzó su mirada con la mía. Pero nada más. Tal vez yo era para él uno de tantos muertos con los que se le cruzaban a diario por ese pasillo. Alguna vez le vi andar con todos los restos del suelo pegado a sus zapatos…Tal vez sencillamente su historia no la tenía que contar yo…No era mi historia.

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