SOBRE LA MARCHA: El transeúnte

A Ramón le gustaba la calle ahora más que nunca porque disfrutaba de todas las variedades que había adquirido en color, en olor, en alegría, diría más, incluso en descaro. Notaba olores que eran desconocidos para él. Aromas intensos, tan dulces que llegaban a ser empalagosos. Atravesando barrios sentía trasladarse a diferentes partes del mundo. Era como su manera de viajar. En sus años vividos no había tenido la oportunidad o la curiosidad de salir a ver mundo y ahora se encontraba con que el mundo había venido a él y lo disfrutaba como el mejor de los viajeros. Le sorprendía, más que por él mismo, por lo que oía comentar a las mujeres del barrio, mujeres curiosamente no tan mayores que se daban alegremente a la crítica despiadada de tanto descaro, de tanta carne suelta. Le sorprendía el desparpajo en el vestir de algunas ciudadanas que reivindicaban alegremente su lozanía en sus lorzas por entre las apreturas de sus minúsculas camisetas o sus pantalones, de cualquier material del que estuvieran compuestos, eso sí elásticos hasta el infinito, más bien pegados que ceñidos, y con colores imposibles en el mundo anodino e incoloro de hacía no más de un lustro. Y la alegría reflejada en sus bocas con esos dientes tan blancos. Una fantasía en un mundo que acababa de cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Todo un lujo a su alcance servido en su propia casa…
Cuando le autorizó el jefe a salir de la oficina para ir a su casa era noche cerrada. El invierno había entrado como una exhalación inundando de frío intenso todos los rincones de la ciudad. Se alzó el cuello de la gabardina al más puro estilo Bogartiano para no pillar la gripe tan molesta que recordaba del año pasado y que le tuvo en cama unos días con fiebre alta y un considerable malestar posterior. Le incomodaba enormemente los constipados con el líquido mucoso escurriendo por la nariz de manera permanente o asomando en los momentos menos oportunos y su no menos molesta sonoridad sorbiéndolos sin querer hacia dentro en un acto reflejo durante el resto del invierno y exageradamente bien avanzada la primavera. Quería ser prudente y pensaba que con ese frío tan intenso, cualquier precaución era poca. Imprevisible e irremediable el momento que le tocara constiparse. No había manera de impedirlo. ¡Putos virus y quien los pare! Masculló recordando algún cometario de alguien que decía que todo salía de los laboratorios: el mal y el remedio. Enredó bien el cuello de la gabardina con la bufanda dándole varias vueltas, se metió las manos en los bolsillos y después de elevar la vista como para asegurarse de que por allí  estaba el cielo tapado por una densa neblina, que a esas horas avanzaba inexorable por las calles con toda impunidad, se dispuso a recorrer andando el trayecto que le separaba del bar totalmente encogido mirando al suelo con cuidado de no tropezar y caer en esa espesura blanquecina.  Recordó que era jueves y que había quedado allí para verse, sin hora definida pero a la salida del curro, con Manuel, pero seguro que se habría cansado de esperar y se habría ido a su casa. No obstante después de unos momentos de duda decidió pasarse a tomar algo y de paso valorar la paciencia de Manuel en el caso de que aún permaneciera sentado en el taburete y acodado en la barra, bien entretenido o con los nervios a flor de piel después del plantón. Siempre habría alguien conocido para charlar un rato antes de irse a casa, se tranquilizó. Si fuera Manuel le diría la verdad que el jefe tenía la culpa de todo. Que precisamente ese día se había dejado todo el trabajo hecho para que no le pudiera pillar en ningún renuncio y que a pesar de los pesares a este hombre siempre le había caracterizado su habilidad para joder al personal. Bastara  que ese día, el jueves, el único que tenía una prisa relativa y necesitara salir a su hora, para que se le ocurriera cualquier estupidez que sin duda podría esperar al día siguiente. Se acordaba de un viejo compañero que le decía que no había cosas urgentes sino gente con prisa. En todo caso su jefe era de los que consideraba el tiempo laborar flexible para manejarlo a su antojo. Si no fuera por su exclusividad y la pasta que le suponía, lo mismo hasta prescindía de él. Era uno de esos trabajos que había conseguido de jovencito y que durante una temporada le había hecho disfrutar de las ventajas de tener dinero todos los meses, en comparación con sus amistades que se veían en la miserable situación de seguir estudiando y de no tener un duro ni para tabaco. Había gozado de su privilegio hasta que la madurez había entrado en su vida, sin darse cuenta o  de la misma manera, que el invierno entra sin avisar. Nunca había cambiado su situación laboral y lo que antes era un lujo delante de sus colegas, se había convertido, ahora, en un empleo vulgar y en un salario miserable, que en comparación a los sueldos de esos amigos que dejó jodidos y renegando de su condición de estudiantes, ahora con sus flamantes carreras terminadas, ostentaban puestos importantes en empresas privadas y sus niveles de vida habían subido considerablemente. A pesar de su asquerosa jornada laboral, le quedaba sin duda las esperanzadoras jornadas con los amigos para charlar de sus infortunios de lo mal que le había tratado la vida y de lo jodido que se encontraba...Llegó calado hasta los huesos al bar. Echó una ojeada rápida y vio la mano de Manuel agitando el aire para saludarle o para llamar la atención del camarero para que se apresurara con la bebida, no sabía bien. Era raro que su mejor amigo le fallara. Nunca lo había hecho y por ese motivo tenía sentimientos contradictorios: Solo pensar en su ausencia le provocaba una irritabilidad a lo mejor desmesurada. No era probable pero podía ocurrir que en algún momento, y sin duda cuando más falta le hiciera, le fallara. Y hoy podía ser uno de esos días. Pero afortunadamente para él allí estaba, como de guardia o como si supiera que tan solo su presencia bastara para reconfortar al amigo. Después de quitarse la gabardina empapada y golpearse las manos contra los pantalones, acercó un taburete junto a Manuel y echó un largo trago de la bebida que usualmente tomaba y que el camarero conociendo perfectamente su gusto, después de tantos años tomando lo mismo, le preparaba nada más verle entrar. No es que le pasaran cosas muy distintas a cuando le vio la semana pasada, o la otra, o antes de ayer. Tal vez por eso y por el tiempo que pasaba con él en sus ratos libres encontraba en Manuel el apoyo que necesitaba para su estabilidad. Ya casi lo tenía todo, el mundo a sus pies con tanto color en la calle, su trabajo para mantenerle, su bar de siempre y su amigo Manuel a quién tanto debía…una vida sencilla y gris de transeúnte…

Comentarios

  1. Otra vez has hecho la pirueta .Has hecho lo más difícil : hacer sentir ,deslizar al lector por el mundo que creas para disfrutar de lo que cuentas ,sin intentar debatir ,sin justificar nada .Solo seres humanos viviendo que no es poco .

    por tu

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  2. Todos sabemos que lo mas importante de la vida es ser consciente de disfrutarla a cada paso .Todos lo sabemos pero pocos saben contarlo ,acercarlo al lector como tú.
    Gracias .

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