SOBRE LA MARCHA: Naftalina (Serie metro)
Olía a naftalina. No sabía
de dónde venía ese olor tan intenso, pero me sorprendió desagradablemente porque
tan solo había recorrido el metro dos estaciones desde que entré en el vagón y
me había llamado la atención precisamente lo bien que olía. Y en un momento
como si no tuviera derecho a disfrutar de alguna buena sensación me llegó el
tufo a naftalina. El verano todavía no se había acabado pese a toda la carga impertinentemente
emocional, desconsideradamente emotiva, desproporcionadamente delirante, que
los periodistas de los medios audiovisuales, en televisión y en radio, pero más
intensamente en este último medio, lanzaban amenazantes. No paraban de
indicarnos el comienzo de la nueva temporada para todos ellos. Con un alto
grado de excitación supuestamente contagiosa para los oyentes: programas
reconducidos, nuevas secciones, cambios de personal, colaboradores nuevos
expertos en cualquier tema y temáticas innovadoras. Tratando de hacer más
énfasis en los problemas sociales y apartando o dejando de dar tanto
protagonismo a los creadores de tanto fiasco: tramposos empedernidos, trileros
de la palabra, remendadores de frases, pésimos zurcidores de ideas trasnochadas
y olor a mugre, transformadores de leyes hechas a medida de su conciencia, o de
sus intereses particulares, embaucadores de gente inocente muy manipulable,
mentirosos compulsivos, destructores de la armonía, devoradores de la paz
social que tantos votos les dio en su momento. Políticos en definitiva. Palabra
cuyo significado habían conseguido cambiar reconduciéndola a falsedad y mentira.
Y por lo tanto su ejercicio era sinónimo
de nada limpio. Con capacidad, abanderando los votos conseguidos, para asolar a la población,
machacar a los más desfavorecidos en favor del grande, del que por otra parte
no necesita más ayuda por tenerlo todo. Queriendo hacernos ver lo blanco negro
y lo negro blanco sin altibajos en la voz de tanta palabra vacía de contenido y
demasiadas veces con efectividad de francotirador…
El verano no estaba acabado sin
embargo en el vagón ya se olía a la naftalina del otoño. Dos viajeros con sus
maletas y con una chaqueta de cuero anudado a la cintura de la mujer, era sin
lugar a dudas, la única prenda que podía expeler ese aroma tan nauseabundo para
mis recuerdos. Personas hurgando en los armarios, oreando las ropas. Mirándolas para saber cual ha
encogido en esos meses de calor y
cuál no. Cuál se ha pasado por el uso o cuál no se va a llevar. Valorando el
dinero que hay que invertir en ropa nueva para no ir siempre con lo mismo...
Faltaban
veinte días aún para que el verano dejara paso al otoño pese a los periodistas
y pesara a quien pesara. Pero hasta el fuerte olor parecía darle la razón al
mortecino verano. Un olor característico del otoño que me había acompañado
desde la infancia y me arrastraba a la melancolía sin saber muy bien cual era la razón…
Me gusta tu elocuencia , tu capacidad de describir tan directa , tan punzante en el lenguaje y en la idea a trasmitir . Perfecto en la intención para que llegue directo a la crítica , Genial ,
ResponderEliminarEn cuanto al tema la rabiosa actualidad tan deprimente que nos toca sobrellevar . Unos mejor que otros .
Siempre suelo reconocer en tu estilo algo del pasado vivido que rescatas para utilizarlo en tu presente . Esta vez ha sido ese olor de la naftalina (hace años que no decía la palabra ) que nos evoca años penosos en que era necesario conservar todo porque no era fácil conseguir cuando había escasez .Esos tiempos los recuperas ahora en el momento en que vivimos una crisis a todos los niveles .
ResponderEliminarGenial en la manera de contarlo y de decirlo.