SOBRE LA MARCHA: Y llenarás las ondas de ruido

La radio soltaba sus notas musicales dando entrada a las noticias de las nueve de la noche en clara competición con la sintonía de la televisión que anunciaba exactamente lo mismo a la misma hora. Confundiéndose las dos sintonías y haciendo un esfuerzo de imaginación, casi se entrelazaban las dos músicas como si una, fuera consecuencia de la otra. Como una variación sobre el mismo tema, sin saber cuál de las dos era la raíz y cual la rama. Cuál el original y cuál la copia. En casa siempre se ha tenido la televisión en el salón, ocupando el mejor sitio de la casa y encendida. Cuando hablo de mi casa me refiero a la casa de mis padres porque la que comparto con el hombre que se dice mi marido, esa, no la considero ni mi casa ni nada mío. Aunque, bien es verdad, tampoco quiero que se la quede toda…En fin desde que la primera persona, hijo, hija o marido, entra en casa y antes de quitarse nada, se busca desesperadamente el mando de la televisión y ya no se suelta. Es un ritual. Una vez encontrado y conectado el canal, cada uno a su gusto ahí se queda, con el consentimiento tácito de todos. Aunque el resto no le interese para nada lo que ha impuesto bajo una dictadura férrea el amo del mando hasta que por un desgraciado descuido se lo quite otro cualquiera y entonces será automáticamente cambiado el canal. Así ocurre permanentemente en casa y yo ya he desistido de ver nada cuando hay alguien más que yo. Hace años que no se ve un programa entero. Creo que nos hemos metido en una espiral, que lo de menos, es lo que ponen sino el hacer lo posible por ser el amo del mando. Una vez pasado el ritual de buscar y encontrar el mando se empiezan a poner cómodos o como decirlo a buscar posiciones: el chico con las botas esas gordotas que no sé muy bien para qué se las compré, porque se puso tan pesado que no tuve más remedio. Pero me arrepiento porque parece un chico a unas botas pegado o que se las ha puesto encima de una escayola, tal y como llegan, siempre sucias, pero a veces mojadas o llenas de barro, esas botazas se ponen encima de la mesita. Tiene el detalle de apartar las cosas que le molestan orillándolas a la otra esquina justo para que quien venga un tanto despistado le dé y se vaya todo al suelo. Como estoy tan harta he puesto el cenicero tan horroroso que me regaló mi suegra, tan mona y delicada ella, tan detallista la pobre. Pero eso no se rompe nunca. Empiezo a pensar que está maldito. La niña, también un tanto descuidada en sí misma, vaya, para consigo misma, se tira materialmente en el sofá y se abandona hasta que la llaman por teléfono que solo en ese momento reacciona de su letargo y es capaz de levantar el culo a unas velocidades desconocidas en la casa. Qué decir de mi gandul, ese llega tan cansado todas las noches que no puede, en eso no me quejo, ni articular palabra. A ese le descalzaba la imbécil de su madre todas las noches. La llamo imbécil no porque sea mi suegra, sino por la humillación que aguantaba con las bestias que tenía en casa. Yo desde luego no lo he hecho nunca…bueno tal vez muy al principio cuando toda la casa y nuestros cerebros estaban pintados de rosa. Cuando no había más muebles que la cómoda y la cama. Bueno y una mesa camilla que servía para casi todo. También él me traía el desayuno a la cama los sábados y los domingos se bajaba un rato antes de que yo abriera los ojos, a comprar los churros y el periódico y nos quedábamos en la cama el resto de la mañana: digamos que aprovechando el tiempo…Nos daba la juventud, la ilusión y los sueños, para esas cosas y para muchas más…
Mientras que en la cocina siempre nos ha gustado tener la radio. La verdad es que si hablara en singular sería más exacto. La radio me deja pensar, cerrar los ojos y prestar más atención en lo que dicen. Las voces que tienen cada uno de ellos. Me gusta también cómo lo dicen y en los anuncios me gusta revivirlos como si estuviera viendo la tele. Es esa forma de fantasear que no quiero perder a pesar de que el tiempo pase. Llegado el momento de las nueve de la noche, cuando ya todos estamos en casa, a mí me anuncia mi radio la hora de la cena y como en una larga lazada melódica desde el salón, oigo de lejos la sintonía del otro aparato y me emociona el cálido abrazo de las notas en el largo pasillo de la casa.

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