Ana
Me dices que sentiste una mezcla de sensaciones entre el alivio por hablar y contarme, el sentimiento de vergüenza por lo que había pasado y en el momento
por descubrir lo que para ti había sido casi una enfermedad y el sentimiento de
culpa que te generó. Siempre te habías fiado de Andrés de
Guadalajara aunque era amigo de tu primo Sergio. Llegamos a pensar que
estábamos enamoradas de ellos, aunque nunca nos hacían mucho caso si no era para
agradar a las personas mayores, llámese mi padre o mi madre e incluso la pobre
abuela que andaba siempre rondando por la casa como un alma en pena y que en
cualquier momento se plantaba delante de nosotros vestida de cualquier manera o
no, a decirnos alguna cosa rara que se le venía a la cabeza. Sergio siempre había sentido la necesidad del protagonismo, de sentirse
mirado, escuchado, atendido, querido. Le entusiasmaba que todo el mundo
estuviera pendiente de él y lo manifestaba haciéndonos a nosotras, a su hermana
y a mi, cucamonas que nos sentaban fatal porque queríamos que nos vieran como
sus novias. Tú, claro está, de Andrés de Guadalajara y yo, del primo Sergio.
Cuántas veces nos quedábamos a dormir juntas y no parábamos de hablar emocionadas
pensando en que nos pudieran llevar algún día al parque con las manos
entrelazadas y sentarnos en un banco, y por qué no, darnos un beso en los labios,
tal y como lo hacían los novios de verdad
Fue el único que se atrevió a plantar cara a tu querido primo cuando te
quedaste sola con tus argumentos delante de toda la familia. Decías tantas
cosas y con tanta rapidez, tan arrebatada de los nervios estabas, que los que
lograban entenderte no daban crédito a lo que decías y el resto asentía con la cabeza dando
veracidad a los que te entendían. Y es que debido a tu carácter tan exultante
nadie se atrevía a contradecirte en nada, excepto tu querido primo que entraba
como un animal contra todo lo que dijeras. Le daba lo mismo. Era y lo había
sido siempre, tu talón de Aquiles: tu prima, su hermana, decía para ensuciar
más, que era la horma de tu zapato, tal vez por lo de estar más cerca aún del
lodo o directamente de la mierda como te decía en tantas y tantas ocasiones. Y
el primo te reprobaba con sus palabras sucias cada palabra de las tuyas y te
lastimaba con su verborrea, y por más que le decías que te dejara tranquila
parecía que le animabas más a estar detrás de ti. Hasta que un día traspasó la
línea y tu prima, su hermana, lo supo todo y se lo contó a Andrés de
Guadalajara y le advirtió que no iba a consentirle ni una ofensa más hacia ti.
Pero lo de Andrés de Guadalajara es otra historia…
Y os volvéis a encontrar en la casa de tus padres y establecéis un diálogo
de adultos, pero con la misma inquina como si os acabarais de ver ayer. Con
tantos reproches que una sabe que aquello no tiene remedio. Os tanteáis como si
no os conocierais, como si os acabaran de presentar...Así recuerdas cómo empezó
tu conversación con él después de treinta años del más absoluto de los
silencios.
Y me sigues contando…
Él me descubrió siendo casi una niña. Yo estaba enamorada de él y cada vez
que sentía que me miraba de otra manera, no sé bien cómo explicarlo, yo me
derretía por dentro, sentía como un nerviosismo un tanto especial, pero nunca
pensé que me fuera a hacer ningún daño. Creo que de algún modo lo llegué a
intuir y me encontré con lo que años después supe, qué nombre o qué apellido
tenía ese juego al que me sometió durante un tiempo. Nos destruyó a los dos el
producto de su obsesión, pero yo no tuve ninguna culpa. Descubrió mis braguitas
y yo lo que le tapaba a él, descubrió lo que escondía en ellas y yo lo suyo.
Aunque estábamos hartos de ver a nuestros mayores desnudos, sin mayor interés, sin dar ninguna importancia, lo mío lo vio aquel día por primera
vez y yo lo suyo. No puedo decir que tuviera sensaciones tan solo que no me
gustó ni lo que le vi, ni mucho menos que me tocara, ni que me dijera que le
tocara. Tan solo eso. No me gustó. Aprovechó mi confusión para que le tocara su
cosa y me pareció como si tocara un dedo tan pequeño y tan flojo como él. Como
si se le hubiera salido un trozo de tripa por ahí. Y entonces se desnudó
completamente y me dijo que yo hiciera lo mismo y que íbamos a jugar a un juego
nuevo que conocía. Me negué y todavía no me explico el por qué. Supongo que por la misma
razón hubiera podido decir que sí porque era mi primo, porque estaba enamorada
de él y porque era la primera vez que me prestaba tanta atención. Pero él no se
conformó con el no y trató de quitarme la ropa por la fuerza. No podía
reaccionar ante esa manera de actuar. Por fin me salió la voz y le pedí que me
dejara ir y como lloraba cada vez más fuerte él se asustó por si alguien me oía
y me tapó con mucha fuerza la boca y me cogió de los brazos muy fuerte y me zarandeó
como si fuera una muñeca. Me arrastró hasta el lado más alejado de la puerta e
hizo que jurara que nunca jamás diría nada de lo que pasó bajo pena de muerte…
Y después de tantos años me dice que si he dejado de ser la maravilla
cósmica que siempre he creído que era y que si ya pongo los pies en la tierra
firme o si sigo en las nubes inventando y que si ya no me molesta hablar con
él. No tengo más remedio que responder aunque aún me duelan las tripas.
Y le digo que ya no soy la niña pequeña que era y te dirijo la palabra por
mi madre que está muy malita, pero nada va a cambiar por mi parte a pesar de
los años que han pasado. Y le llamo imbécil, pero él me regala una sonrisa que
de buena gana se la congelaría para siempre para que se le quedara la cara de
imbécil que es, además de ser un pedazo de cabrón. Le mando a la mierda y trato
de irme, pero me agarra del brazo y me afloran los recuerdos y le vuelvo a mandar a la
mierda, pero esta vez, mucho más alto, mucho más grave, como con un fuego aguantado, con mucho odio. Pero no se altera y esbozando una sonrisa me dice que ya no soy la misma, que el tiempo ha hecho estragos en mí, que hasta la mirada la tengo envejecida.
No puedo contestar ante tamaña grosería. Me suelta y trata de calmar la
situación diciéndome que no me ponga tan a la defensiva y que ya no hay para tanto. Que es agua pasada. A lo que prefiero hacer oídos sordos porque ya no puedo más.
Hago de tripas corazón por no montar un escándalo y vuelvo a ceder ante esa
insistencia tan babosa que sigue manteniendo, pero no me puedo callar. Me dijo
tu hermana que habías estudiado psicología y sigues sin saber ni lo que dices. ni el daño que pueden ocasionar tus palabras Tampoco
te importa mucho. Nunca te ha importado. Hablar, hablar para que te escuchen y
para escucharte. Lo único que has dicho de tu rasgo de personalidad y en el que
no puedo estar más de acuerdo es que eres un tentetieso y yo añado lo de cabrón
sin sentimientos y añadiría también pelele, pero no sé si van a llegar
tantas palabras a tu cerebro. Eso es lo que realmente eres un pelele cabrón. Nunca te insinué nada porque era una niña y te aprovechaste de mi, todo
lo que quisiste. Te llamé hijo de puta una y mil veces cuando mi razón se alió
a mi vergüenza. Cuando tus pequeños dedos me asaltaron, cuando trataron de
entrarme, cuando la soledad a la que me sometiste me dificultó mi relación con
los hombres; que mantengo muy a mi pesar. Toda tu valentía envuelta en pura
socarronería fue mi derrota y es que me llevabas quince años, quince putos años
y tú sabías bien lo que estabas haciendo y lo que supondría para mí el resto de
mi vida como así ha sido. Tan solo te preocupaba que no me chivara. Además de
tu amenaza bien claro me dejaste que no me iban a creer, que mi grado de
imaginación había hecho que nadie me atendiera cuando hablaba, que además
podría ser mi alejamiento total de toda la familia porque sabrías defenderte y
lo harías muy bien, tanto, que me dejarías en ridículo delante de todos como
otras muchas veces. Papá era adoración por ti, supongo que fuiste el hijo que
siempre quiso y que nunca tuvo. Pero mi tristeza se agudizó pensando en que lo
que pasó durante aquel puto verano un día tras otro, te importó una mierda. No
sé por qué lo hiciste, no sé por qué me lo hiciste a mí, supongo que porque eras
un cobarde y yo una presa fácil. Te lo pregunté mil veces llorando y me lo pregunté
otras tantas desolada, pero eso no lo quisiste escuchar y al final te delaté y
no fue precisamente como tú pensabas que iba a ser. Aunque tu ego no te
permitió ni un acto de aceptación ante la evidencia, ni un acto de humildad. Un
mínimo acto de disculpa. No, gente como tú no puede cambiar nunca. Gente como
tú no debería de existir.
Lo que tu ceguera no te dejó ver en un primer momento y que luego fuiste
sorprendido por tu propia soberbia es que también tenías enemigas dentro de tu familia. Curiosamente la admiración que sentía por ti, tu hermana Maite se convirtió en odio. Según me contó en nuestras largas conversaciones, tú mismo fuiste un caldo
de cultivo propicio para que alimentase su odio hacia ti sin que tuvieras ni idea. Me
contaba todo acerca de tu comportamiento me decía que te habías convertido en
un ser insoportable a sus ojos: Eso ya lo sabía. Que te gustaba hacerte notar,
estuvieras donde estuvieras, ya no solo delante de todas tus amistades sino
que, como la ignorancia es tan atrevida, lo hacías delante de cualquier grupo
de personas que te encontraras en una fiesta de las que se organizaban en casa
y hablabas sin parar de lo que no sabías. Y eso era lo que ella podía ver,
excuso pensar en lo que no veía nadie de tu gente. Una vez te escuchó hablando
con un grupo de médicos y los muy gilipollas estaban todos callados sin
mandarte a la mierda. Imagino que los tendrías estupefactos ante tamaña sarta de tonterías que salieran por tu boca. Hay cosas que se pueden contestar por sí mismas porque
rayan en lo esperpéntico. Te verían como carne muerta. ¡Qué coño les andarías
contando! A lo mejor les estabas contando alguna de tus paranoias al respecto
de una salud tan delirante como la tuya.
¡Madre mía! No entraré en lo de tu hermana, que por otra parte nunca la
habías aguantado porque hay también mucha tela que cortar, pero tengo que
decirte que a partir de mi confesión nos volvimos íntimas. Es más, no quiso
volver a verte o eso me dijo y cuando pasaba por tu lado en casa apartaba la
mirada. En una cosa me dijo tu hermana que habías cambiado y es que podías
reconocer algún error. Te pilló una carta que dirigías a tus padres y entre
otras cosas decías...
- Creed que sigo penando
por todo el daño que he hecho...mis palabras del todo ignorantes y a veces
hasta mis chistes imposibles eran dignos de risa para todos y de preocupación
por si hubiera perdido la cabeza para los que me queríais, o eso me dijeron. Empezó
siendo un juego para mí, una niñería, casi como empieza todo, y acabó siendo la
parte más importante de mi vida, pero trataba de dar una explicación a lo
inexplicable. Una justificación a lo injustificable. Nada parecía ser
importante, excepto esa cosa que me impedía vivir con tranquilidad. Que no
quería darle más importancia, pero que me estaba matando como persona. La
verdad las relaciones humanas nunca han sido mi fuerte y ahora es el motivo de
mis desvelos y de mis pensamientos constantes. Nunca he sabido manejar los
tiempos y en muchas circunstancias es de lo más importante. Como importante
para mí era el caer bien. Y hacía lo imposible para estar en el sitio adecuado,
diciendo las cosas adecuadas. Le había pedido mucho a la loca de mi hermana, que
estuviera siempre alerta ante cualquiera de mis frases, gestos, movimientos,
pero parece que no me soportaba. Llegaron a decirme que el problema lo tenía
yo, que la dejara en paz que era muy pesado con ella. Me llegaron a decir que
el carácter se me había agriado y todo por la obsesión que tenía. Que como no
cambiara iba a ser un desgraciado. Pero mírala a ella que siempre está feliz
con sus manías, sus locuras, sus estridencias. Que, una de dos, o aprendía a
vivir con ella o mejor que me alejara. A lo que me cogí el rebote de mi vida y
arremetí contra toda persona o cosa que estuviera por delante. Yo mismo me lo
había insinuado y me enfadé de mis propios pensamientos de mi propia duda y
como si ella hubiera tenido la culpa de todo. Fue a partir de ahí cuando traté
de machacar a mi hermana, de aprovecharme de ella subrepticiamente para que me
contara cosas. Para sonsacarla, pero nada. Me dio la sensación que había hecho
un pacto de silencio con nuestra prima y se me volvió a ir la cabeza y solo pensaba
en hacerla daño para que sufriera ella sin considerar que a la que estaba machacando en verdad era a nuestra prima. No tenía ningún instinto de depredador sexual, pero fui a por
ella, fui a por todo. Y me fui inventando sobre la marcha en cómo abordarla.
Tan solo quería que le cambiara la cara de niña alegre, de niña insoportable.
Quería hacerla infeliz a través de nuestra prima como yo lo era en ese momento. Sabía que por ahí la iba a hacer mucho más daño que atacándola a ella directamente. Lo que
nunca llegué a pensar es que el daño infligido fuera para toda la vida. Que la dejara una huella,
un dolor tan profundo que no levantara cabeza en tantos años. Y vosotros
tampoco. Pediros que me perdonéis sé que es pediros demasiado. Espero que el
tiempo atenúe por lo menos vuestro dolor al mismo tiempo que incremente el mío...
El odio cambió de bando y pasé de odiar a ser odiado y reconozco que eso me
dejó hecho una puta mierda. Todo esto me costó alejarme de la familia, durante
mucho tiempo. Perdí la amistad de muchos durante todos esos años, pero en
aquella reunión de los antiguos amigos, donde volví a reencontrarme con Andrés
de Guadalajara, no digo que se me aceptara, pero se me toleró y es que el
tiempo atenúa los dolores aunque no los cure. Qué más puedo decir....
Así me lo contó con la incredulidad de haber sido una niña maleada, con
lágrimas en los ojos por el recuerdo doloroso, pero con la tranquilidad de
haber pasado del rencor a las primeras lagunas del olvido y del temido odio a
la indiferencia casi absoluta. Su prima es un amor, siempre lo fue y ahora muy
deteriorada psíquicamente lo es aún más. La adoro.
Así se lo quise hacer saber al señor juez, pero yo no era la protagonista y en
estos casos y en muchos otros de nada vale tu empatía, tu rabia, incluso tu
dolor. Entonces se lo conté a un periodista amigo que parecía estar interesado
en la historia, pero su periódico no lo estaba: Parece que no era el momento y
que en todo caso no era demasiado periodístico creo que me dijo y que de esas
historia había miles y menos mal que después de verme la cara añadió,
desafortunadamente claro. Que esas historias aún siendo verdad estaban ya muy
manidas si no iban acompañadas de un gran escándalo de otro tipo, famosos,
políticos, curas, deportistas, profesores. Tan solo necesitaban algo más que el
destrozo físico y psicológico de unas criaturas. Entonces me dirigí a un periódico
más pequeño de la ciudad y efectivamente estas cosas ya no “hacían prensa” me
dijo muy enfático. Que lo sentían mucho y que de todas las maneras era una más
entre tantas y tantas mujeres. Muy triste.
Una denuncia del maltrato físico y psicológico que sufren algunas mujeres y cómo les influye en su vida familiar y social, contado con la pluma de la sensibilidad y asomándote al alma con tu prosa cercana, emotiva y humana.
ResponderEliminarGracias !