SOBRE LA MARCHA: El piano de la abuela Elisa
Son las cinco de la mañana. No me
duele la espalda. La madrugada de ayer fue otra cosa, el dolor no me permitía
controlar el sueño. Era un dolor intenso sin descanso…las manecillas del reloj
no se han movido. Siguen siendo las cinco de la mañana. Si viviera la abuela
Elisa y me oyera dar vueltas en la cama; ella dormía igual que comía:
picoteando. Picoteaba una croqueta de ayer con un trocito pequeño de pan de
anteayer cuando sentía hambre y cabeceaba igual a las diez de la mañana que a
las diez de la noche. Si viviera la abuela Elisa y me oyera dar vueltas en la
cama vendría a verme y diría con un mal genio disimulado…Queeee te cuesta
dormirrrrr. En qué o en quién estarás pensandooooo que no te deja conciliar el
sueñoooooo. Arrastraba las letras para hacerlas más intensas o más rotundas. Y
yo siempre respondía lo mismo. Abuela acabo de despertarme porque tengo mucho
calor y además tengo bastante sed. Sí, claro, es verdad que hace calor, pero
llevas un buen rato despierto que te estoy oyendo yo. Toma tu agua y anda
duerme…Muchos diablosssss y seguramente con nombre de mujerrrrrr andan sueltos
por tu cabeza loca últimamente. Que te noto muy descentradoooo. ¡Anda abuela! Y más de la cuenta diría yo.
¡Ay la abuela Elisa! Se metía la mano
en su sempiterno delantal: Nunca le vi sin él y sacaba uno de sus caramelos
diminutos de formas un tanto extrañas. El tiempo me dijo que el original, el
caramelo grande, lo mordisqueaba con sus escasos dientes y poco a poco lo iba
convirtiendo en trocitos pequeños que metidos en el bolsillo de su delantal
imagino que quedarían pegados a la tela con sus correspondientes pelusas y vaya
usted a saber cuántas cosas más. Sin entrar demasiado en detalles no recuerdo
si su pañuelo tenía sitio fijo o andaba deambulando de bolsillo en bolsillo en
contacto directo con los caramelos. Un momento, ahora recuerdo bien: el
delantal solo tenía un bolsillo. Ella siempre sabía cuando tenía que ofrecernos
uno de aquellos manjares con sabor a anís, bien para tranquilizarnos o como
premio. Y a quien lo recibía le daba la sensación de estar frente a uno de los
más dulces y maravillosos remedios contra cualquier mal que pudiera
importunarle aún a las cinco de la mañana. Y aún siendo bastante mayor. Siempre
había sido así y ahora no se cómo puedo pasar sin esa delicia de abuela y de
caramelo a pesar del bolsillo, las pelusas y el pañuelo. Fueron pocos años los
que pude disfrutar de ella. Sí sé que tocaba muy bien el piano. Piano que a la
postre heredé y que no tuve más remedio que destruir con mis propias manos.
Parece ser que solo servía de botellero según un experto en la materia, pero
inexperto en sentimientos y sin un ápice de sensibilidad. Bien es verdad que
tan solo estaba haciendo su trabajo. A partir de ese momento solo era un
estorbo en casa ajena. Y lo destruí. En dos o tres horas destrocé la música que
de allí algún día salió y que tal vez en un futuro hubiera podido salir.
Destrocé madera y nácar, destrocé sonidos blancos y sonidos negros, destrocé
las manos de la abuela Elisa. Y en el colmo de la locura destrocé a Beethoven y
a Bach, a Chopin y a Chapí, destrocé sus largas horas de estudio, sus eternas
repeticiones, sus intensas horas de estudio. Para qué coño me servía a mí,
abuela. Nunca te pude oír tocar. Era demasiado niño cuando lo dejaste y tu
cabeza se fue perdiendo antes de que tú te perdieras para siempre. Y supongo
que a tu padre; al tuyo abuela, le costaría un huevo comprarlo y a ti abuela,
un huevo pedírselo. Anda Papá cómprame un piano, papá cómprame un piano. Te
estoy viendo abuela. Para qué lo quería yo si ni tan siquiera bebía. ¿Para
almacenar botellas cuando me las regalaban? ¿Para las fiestas con los amigos?
¿Para fardar de tener un piano botellero?…Me cargué en tres horas de intensa
destrucción mi ilusión por tenerlo y aprender a tocarlo en el mismo piano en el
que tú tocaste tantos años y por eso sentí que me cargaba una parte importante
de tu vida…Joder que asco…
Me quedé con ciertas
partes del piano como muestras de mi destrucción y como reliquias a modo de
penitencia que para mí, era como pedirte perdón por la masacre del pobre piano…Pienso
que cuando te quedas con las cosas de las personas que ya no están, te sirven
para recordarlas.
La abuela Elisa era
una mujer bella y elegante porque antes las mujeres eran bellas y elegantes.
Ahora también, pero que se dice de otra manera. Yo, si he sacado algo de ella
ha sido el gusto por el piano, por escucharlo y por el deseo de tocarlo. Pero
bueno no lo conseguí aunque me hubiera encantado por lo menos oírla tocar.
Seguro que hubiera sido la mujer más sorprendente de mi mundo.
Yo le decía con la
garganta seca. Abuela no insistas no son los diablos, ni estoy pensando en nada
malo. Solo me despierta el calor y me pongo a pensar. Son solo pensamientos que
me sorprenden durmiendo y me despiertan para que los recuerde y los escriba. Es
como una musa a deshoras. Y Ella me replicaba. Sí, sí, una musa con ojossss,
bocaaaa y otras cosasssss, porque a estas horas por muy musa que sea yo creo
que no son horassss. Que digo yooo. A qué te refieres con eso abuela…no te
estarás metiéndote con mi musa. Le decía divertido para acabar la conversación Y
la que zanjaba la conversación era, como no, la abuela. Que no son horassss
para que nadie despierte a nadieeee, ni musaaaaa, ni nada leñeeee…
Y es que cuando la
abuela se enfadaba lo más brusco que le salía era ese leñe que sonaba delicioso
dicho con ese rostro tan arrugado, con esa boca escasa de dientes, con esos
labios apergaminados y hermosos que en algún momento fueron besados, muy
besados sin duda muchas veces por sus dos maridos. Sí, la abuela fue una mujer
de dos maridos. Poco normalizado en su época.
Son las cinco de la
mañana. Es sencillamente la tercera noche que me despierto a esta misma hora.
Ya no sé si me duele o no la espalda. Reconozco que no es la primera vez que
cojo una racha de despertarme a la misma hora durante unos días, como quien
coge una manía que sabe que al poco tiempo va a dejarla. Por eso no me
obsesiono demasiado. Pero siempre se me viene a la cabeza, cuando miro el
despertador, que a esta hora ocurrirá en mi vida algo y como somos básicamente
trágicos y nos ponemos siempre en lo peor, pues eso que será la hora de dejar
de respirar. Es agotador…
Qué gusto da leerte ! Respirar dentro de tus reflexiones antiguas del alma en la infancia. .¿ Cómo no identificarse con esa abuela, esos caramelos y su mandil ? Eran las abuelas por excelencia de cuando éramos niños. ¡ Gracias por taerlo a mi memoria ! ¡ Gracias por buscar recuerdos tan bonitos ! Un abrazo.
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