SOBRE LA MARCHA: La indecisión


Dejó a Fernando frente a su casa como siempre decía él cuando se refería a la casa de sus padres.  Le dejó en la silla de ruedas después de sacarle del coche con mucho esfuerzo porque no cooperaba en nada. Maldita silla compañera de los dos durante estos malditos cinco años. Fernando postrado físicamente para los restos y Sara postrada junto a él acompañándole  en su dolor y en su frustración también para los restos. No sabía cuál de las dos cosas podía llegar a ser más insoportable. Se quedó en medio de la calle, con la mirada perdida a lo mejor sin entender muy bien qué hacía allí. Ella, supuso que no se daría cuenta porque había alcanzado una ausencia mental y corporal insoportable, como el que lo adquiere voluntariamente. ¡Con lo que había sido Fernando! Hacía poco menos de dos años que se había abandonado a su suerte, ni sentía ni padecía. Quería sencillamente no estar más. Desaparecer de una vez. Después del maldito ictus, excluyendo momentos de lucidez cada vez más escasos, todo era ingrávido, todo blando, inerte, muerto.

Allí le dejó en medio de su nada y se marchó con el coche a toda velocidad, apurando las marchas para escapar cuanto antes, sin esperar a que la mínima duda la asaltara y la hiciera retroceder, eso sí, con una fuerte carga de culpa. Tan solo unos segundos de ausencia y miles de excusas increíbles para reparar esa duda. Pero escapar mínimamente, sentirse libre por esos escasos segundos que dura la duda era importante para su equilibrio mental aunque tuviera que enfrentarse eternamente a su propia vergüenza sobre esa acción que siempre había repudiado en los demás. ¡Cómo se puede tener tan poco corazón! Elevaba los ojos a su cielo ateo y se cagaba en el género humano en general y en esos seres sin sentimientos en particular. Y ahora en ese momento de su huida dejando a la persona que tanto había amado y querido amar tirado en la casa de sus suegros por no querer morir el resto de su vida, se sentía un ser despreciable. Y ahí, los familiares y amigos de ella, personas que la querían bien animándola a que diera el paso a pesar de la estima o el cariño que también se le profesaba a Fernando. Tienes que vivir que eres muy joven. Debes retomar tu vida. Todo lo que podías hacer lo has hecho ya y con creces. Otra ya hacía tiempo que le hubiera ingresado en un centro para que estuviera bien atendido. Ya te dijo el médico que no iba a mejorar que todo era deterioro hasta el final. Mucho sufrimiento, tal vez demasiado y ya se veía en la necesidad de hacer borrón y cuenta nueva para no arruinar el resto de su vida.  Algo que hubiera criticado hasta la extenuación en cualquiera de las discusiones con sus amigos si estos se les hubiera ocurrido poner en duda ese acto a todas luces tan deleznable. Y ahora era ella la que tenía que decidir si ser un monstruo o una santa Decidir si morir en vida o aguantar durante el resto de su vida con la carga moral de lo que iba a hacer y huir...

Lo que nunca podía haberse imaginado es que, en esos segundos de desfallecimiento, en esos segundos de duda, de ese pequeño recorrido en el coche y vuelta atrás, Fernando fuera a quitar el freno de la silla como en un último acto de amor a Sara o por pura desesperación o aprovechando el único momento que le habían dejado solo. Rodó por esa cuesta con la suficiente velocidad como para salvar cuanto se ponía a su paso y con la ayuda de una pequeña rampa que había hecho la tierra acumulada salvó el bordillo, las zarzas y fue a precipitarse en el río que a esas alturas del año llevaba un caudal lo suficientemente profundo como para no fallar.

Le encontraron atrapado en la silla tirada de lado, con la rueda izquierda fuera del agua y a él con una sonrisa en los labios. Nunca había querido depender de nadie, ni de su mujer, y esta, por fin, había entendido que su vida era tan importante como la de cualquiera incluyendo la suya a pesar de su condena. Aplaudió su decisión aunque nunca la creyó capaz de su abandono. Había salido huyendo despavorida carretera adelante en busca de su libertad y le había proporcionado sin saberlo la  posibilidad de conseguir la suya propia. Le supo a poco su despedida con esa caricia apretándole la mejilla, con sus ojos fijos en su mirada muerta y le produjo una gran tristeza el beso que le dio en los labios más fríos que el agua que ahora le cubría.

Comentarios

  1. Este relato es como la vida. A veces bonita, otras dura, otras cálida y muy a menudo injusta y cruel.

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