SOBRE LA MARCHA: La despedida
I
Salía de
viaje. Muy a su pesar tenía que salir unos días. No quería dejar aquello que
empezó siendo una conversación un tanto fría y casi arrojadiza y que acabó en
esos besos y esos abrazos ya casi desesperados y en nada, olvidados. Fueron
besos y abrazos. Fueron besos y caricias buscados al calor de la pasión casi
olvidada, en la penumbra de la habitación. Caricias, besos, abrazos, en
cualquier parte del cuerpo parecidos, a los besos, a las caricias y a los
abrazos que se daban tiempo atrás, cuando era un amor recién estrenado. Cuando
era todo más intenso, menos dramático. Una vida más ligera. Fueron tantas
sensaciones recobradas, tan denso en tan breve espacio que digerir todo aquello
iba a llevar algo del tiempo que ya no tenían. Pero el miedo, el eterno miedo.
Miedo a la felicidad desmedida, a no ser capaces, a no saber vivir ese futuro
de encuentros razonables. Miedo de que les explotara tanta dicha en las manos.
El experimento de lo prohibido. Y al mismo tiempo consecuencias tan
demoledoras, el daño, el dolor, el miedo, mucho más miedo, la desesperación y
los porqués. El saberse con el derecho y la obligación de poder sentir y los
implacables impedimentos de las conciencias educadas para el pecado y la culpa.
Y más dudas y sus explicaciones, el porqué sí, si no me invade la desesperación
por tener, porque tengo de todo. ¿Y el amor? Eso no cuenta, es una mera palabra
inventada por los poetas enamorados del amor como Bécquer…es una tontería en
boca de muchos. Muere al cabo del tiempo. Lo situaremos en algún lugar de
nuestra vida, pero nada más. No, perdura siempre y mueve el mundo y sella
corazones y abre heridas y renueva y da la vida. El amor acaba abrazando al
amor. Eso es una tontería. No, es un sentimiento enajenado. Es la primera
maravilla del mundo. Es lo que tu quieras que sea, eso es lo que es y hacerle
caso te lleva a un sitio y si no se lo haces te lleva a otro. Tú eliges, y
elegí. ¿Y tú? y eligió...
No sabe el porqué pero se acordó de su madre cuando recriminaba a su padre la mano que le ponía en el culo en una sutil caricia cuando se acercaba a olisquear aquellas fantasías olorosas que desprendían sus comidas que nos regalaba siempre con aquellas manos maravillosas que inundaban cualquier rincón de la casa y tentaba tan fuertemente al sentido del olfato, que no había más remedio que levantarse y dejar lo que se estuviera haciendo para acercarse a ver qué se cocía en aquél recinto sagrado. El sagrado espacio de mi madre...y ella protestando de él en cuanto le sentía cerca. Es que Manuel no te cansas? Eres muy pesado deja ya de sobarme que me tienes muy sobada. No lo entiendo después de tanto tiempo. Pero si me tienes muy vista ya pesado más que pesado. Y Manuel, mi padre, volvía a su sillón con una sonrisa maliciosa y entre sus manos el calor del culo de su mujer, mi madre, y un pellizco de lo que fuera que se cocinara en ese momento. Una vez comido, con su copa de brandy nunca de cognac decía que la gran diferencia entre ser español y gabacho era la misma que el ser un Dandy bebiendo brandy, o un gabacho con su coñazo…hijo, me decía, busca los besos y las caricias ahora porque que al amor le pasa como a la piel que se arruga y se endurece y deja de sentir y deja de querer y ahí respiraba profundamente y terminaba la frase con y deja de hacer cosas. Ya lo entenderás. Y soltaba su dosis particular de risa con tos. No como de joven que la arruga viene después del endurecimiento y soltaba una carcajada con más tos incorporada que solo lograba aplacarla cuando se encendía su farias. Y ese era mi padre, un señor sentado en un sillón con una copa en la mano y el puro en la otra y satisfecho de su vida o por lo menos aparentando estar satisfecho. Papá estás satisfecho de la vida y él respondía, después de comer quién no lo puede estar…y se quedaba traspuesto pero segundos y nunca se le caía ni la copa de la mano ni el puro de entre los dedos. Nunca jamás dejó caer nada al suelo para tener que recogerlo. Era muy digno a pesar de no haber tenido posibles y porque aseguraba que el suelo cada día iba alejándose más y aunque cada día se acercaba a él porque estaba menguando, era más difícil alcanzar aquello que se caía. Sí hacía el esfuerzo, si se le caía un documento muy importante o el dinero de la compra para que mereciera la pena tamaño esfuerzo.
Salía de viaje. Esta vez al sur, pero por trabajo. Siempre le había gustado
y casi añoraba el calor y la brisa del mar y los olores que se desprendían de
esos lugares donde el tiempo lograba matarse así mismo. Tan lento, tan estéril,
pero tan importante en ese momento. Que nada se moviera no era sino una inyección
llena de vitaminas que tanta falta le hacía. A mi madre, Manuela, siempre le
había gustado el sur y le tiraba por su sangre, donde ella nació y se crió y la
de sus muertos que allí estaban enterrados de muchas generaciones atrás,
parecía como si la arrastraran a su pueblo y ella siempre que salíamos todos
juntos o salían ellos solos teníamos o tenían que acabar pisando aquellas
tierras sureñas.
II
Salía de viaje. No era exactamente un viaje de trabajo. Lo había hecho
ver así, pero se trataba solo de un subterfugio para poder marcharse y tener
tiempo para pensar y recuperar algún tesoro familiar que aún no sabiendo a
ciencia cierta que existiera. Se lo escuchó al abuelo y al padre decir cada vez
que preguntaba por lo que había en el armario ese que siempre estaba cerrado;
un gran tesoooro le decían con voz de guardianes de tesoros. Le intrigó desde
bien pequeño. Tanto a su mujer como a la familia, tenía que convencer de que
allí, en esa especie de armario llamado buró, en aquella casa que nadie parecía
querer, se escondía algún secreto familiar. A pregunta de incrédulos irónicos,
él contestaba que tan solo se trataba de una intuición eso sí con cierto peso
por los años de antigüedad. Hacía muchos años, casi ni podía recordar, que no
había ido por aquella casa en la que se crió con sus hermanos y que un día
dejaron. Desde entonces nadie fue, nadie se interesó, nadie quiso saber nada de
la casa y ahora había llegado el momento. Tal vez la intriga celosamente
guardada se le hizo en algún momento necesidad. Necesidad de saber algo más de
lo que sabía. Algo que se guardaba con celo y que desde bien pequeño le picó la
curiosidad por saber qué era lo que se escondía. A lo mejor solo eran
ensoñaciones de un niño con mucha imaginación, como se decía siempre de mi,
Pero resolver las cosas era importante en ese momento de su vida. Se trataría a
lo mejor de una llave que le llevara a otro armario cerrado. O de algún paquete
pequeño que escondiera alguna joya valiosa, o de una carta que contara algún
secreto familiar de algún ancestro...lo que estaba buscando lo encontré en ese
mueble que el abuelo llamaba el buró. Era una carta con un lacre y un sello
casi desfigurado. Mi gran tesoro lo tenía entre las manos y era incapaz de
abrirlo para leer su contenido.
Elburó: Reconozco que tuve que echar mano del diccionario, cuando empecé a interesarme por las palabras porque no sabía ni como se escribía. En principio la palabra siempre iba con el artículo elburó, pero la RAE me sacó de dudas. Lo vi abierto por primera vez sin que nadie lo velara, supongo claro está, que por un descuido de mi padre y no quise perder la oportunidad de husmear por aquellos pequeños cajones, para mí en esos momentos, llenos de posibles tesoros guardados a cal y canto y que me habían llamado siempre poderosamente la atención. Mi imaginación de niño inquieto me había llevado a pensar que descubriría algo muy emocionante y que por eso mantenían cerrado ese mueble llamado buró y que cuando lo veía abierto era porque mi padre estaba haciendo algo en él. Tal vez para cerciorarse de que seguía allí lo que ocultaba, pensaba para excitar más todavía a mi imaginación. Al abuelo nunca le vi sentado frente al buró, lo poco que me acuerdo de él y a mi padre solo de pie y como buscando algo. Nunca sentado frente a él haciendo algo más que revolver y abriendo y cerrando los cajoncitos misteriosos, para al final echar la llave que cerraba todo. Pero no esa vez, esa vez estaba abierto y como descuidado. Me surgió la duda por lo extraño de que eso que se escondía ya no estuviera, bien porque lo hubieran hecho desaparecer o bien porque nunca hubiera habido nada. Con la primera suposición quedaba mi imaginación salvada, pero si era la segunda me hundiría por tantas horas perdidas pensando en cosas y tantos y tantos sueños...Más valiera que hubiera algo y solo encontré una carta, una carta que me rompió la ilusión, de un cofre lleno de oro o de alguna carta con el dibujo de un mapa señalando el tesoro. Pero encontré una carta que leí y que parecía la despedida de alguien que no conocía y la volví a dejar desilusionado en su sitio y olvidé, el tesoro, la carta y el dichoso buró y me dediqué a otras cosas.
Al cabo del tiempo, de mucho tiempo pasado e hilando charlas en
reuniones familiares me vino de nuevo la carta que leí y que nadie de la
familia que seguía viva sabía de su existencia. Sí recuerdo que llevaba la
firma de alguien que no conocía y la letra no se parecía a ninguna que yo
hubiera visto alguna vez. Quién pudo escribirla y a quién iba dirigida eran dos
preguntas que con suerte podría resolver si todavía estaba la carta donde y
durante tantos años había sido guardada. Solo me quedaba ir allí, a la casa de
mi infancia a cogerla y a descubrir el misterio que ahora como adulto, sí
que me obsesionaba. y fui a por ella.
III
Y la encontré en el mismo sitio...Era un trozo de papel que parecía
arrancado de algún cuaderno. Un papel arrancado cuyo fin no era tirarlo como
cuando se escribe algo que quieres olvidar. Era un papel que alguien quería
esconder y que se tomaron muchas molestias para dejarlo siempre bien
guardado...un papel tan mal arrancado del cuaderno que solo podría inducir o a
dejarlo tirado en una papelera o a guardarlo efectivamente como una evidencia
de algo, como una prueba irrefutable de un hecho. Solo este pensamiento, esa
pequeña posibilidad excitó un poco más su sentido de la imprudencia y aceleró
el coche sin mirar la velocidad. Tan solo quería llegar cuanto antes y quitarse
esa desazón que mantenía guardada. Se había dejado una conversación a medias
con su mujer. Una conversación que empezó desagradablemente, pero que lo
acabaron con un buen polvo. Se acordaba de la canción de Krae cuando anda
buscando por la casa desesperado y no encontraba a su mujer y ese recuerdo le
sacó una sonrisa mientras conducía su coche camino de su obsesión.
Querido hijo. A la hora de que leas este papel que estuvimos el abuelo y yo escondiéndote subrepticiamente para llamar tu atención y alimentar tu imaginación supongo que ya no estaremos contigo en este mundo. Me es difícil imaginar que lo tengas entre tus manos y lo leas. No quiero pensar que tu cara de sorpresa se pueda tornar en disgusto por no haber encontrado el gran secreto de esta familia a la que perteneces. Como has visto es una familia de lo más normal del mundo, con los problemas que crea el estar vivo, con sus alegrías y sus tristezas. No te voy a decir que algún disgustillo nos hayamos llevado pero es la condición, como te digo, de estar vivo. Dependiendo de cuándo te decidas a venir a por ella si es muy tarde sabrás de lo que te estoy hablando porque habrás vivido lo suficiente como para saberlo. Quiero seguir imaginando tu cara de sorpresa que espero no sea de desagrado. Es una carta de amor hacia ti, tan solo eso. El abuelo y yo decidimos alimentar esa imaginación que tenías y la curiosidad por las cosas que se deberían de tener y nos hubiera encantado saber que lo hemos conseguido. Solo el hecho de tenerla entre tus manos corroboras y cierras ese círculo que entre los dos habíamos creado para ti. Te hemos querido mucho. Y firmaban los dos; el abuelo y mi padre.
Salió de viaje de vuelta a casa con el pensamiento puesto en aquella
mentira que ahora y después de tanta cabezonería no tenía más remedio que
justificar, tratándolo, eso sí, con la mayor de las delicadezas posibles para
no hacerse demasiado daño. Había puesto a toda la familia en pie de guerra. Con
su mujer casi le cuesta un disgusto, porque ella le decía que lo
dejara estar, que las cosas después de tanto tiempo transcurrido debían de
quedarse como estaban. Pero no escuchaba a nadie. Tenía un alto grado de
expectativa en el secreto mejor guardado de la familia y se encontró con un
juego que su padre y su abuelo le habían tendido tantos años atrás, desde que
era un niño. Enterró la carta en el jardín de su casa dando por finalizado el
juego propuesto con una despedida digna. No pensó tanto en la humillación a la
que el tiempo le había sometido, como a la pérdida de un sueño. No tanto a la
inocencia perdida como a la despedida de sus mejores amigos de juego…
Me intriga saber y leer más de este relato. No olvides a tus lectores.
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