SOBRE LA MARCHA: La terraza

Llevo viendo unos días la persiana de la terraza de la vivienda del quinto del edificio de enfrente, a medio bajar o a medio subir según se mire. Y francamente no me da buena espina. Y no es que conozca de nada a la anciana que vive allí, tan solo con el buen tiempo sale a dar una vuelta por la terraza de dos por tres, pero cada año de los que llevo, ha hecho la misma operación. A golpe de vista está tan vacía de plantas y flores como la mía: Imagino que pensará como yo: menos que cuidar y menos de qué ocuparse. Me lo recriminan por la sensación de aridez, de abandono que parece que da su falta y no lo discuto, pero sé que no me voy a ocupar de su cuidado y desafortunadamente no me ha dado por hablar con ellas, que siempre sería un consuelo, tanto como los que hablan con sus mascotas y dicen que parece que les entienden y que no les sorprendería si se echaran a hablar, cosa que podrían hacer en cualquier momento…

Con el buen tiempo, veía salir a la anciana. Abría la puerta de su terraza y se asomaba a ver la calle no mucho rato, después miraba un poco en derredor y hacía como que apañaba algo que no podía ver y se metía a su casa sin más. Desaparecía hasta el día siguiente que volvía a hacer la misma operación. No salía el resto del día o no se la veía. Y yo que estaba deseando que aparecieran los primeros rayos del sol para salir a la terraza y quedarme casi eternamente a disposición de la vida, a que me atravesara uno de esos rayos tan mortíferos dicen. Incluso, no me importaba que el día amaneciera, abrasador o fresco, soleado o nuboso, ventoso o como fuera, cualquier estado me venía bien, eso sí, siempre y cuando no hiciera frío. Por eso no podía entender que una mujer tan mayor no quisiera disfrutar de ese pequeño oasis llamado terraza de casa o privada o particular vamos, que no perteneciera a ningún bar o restaurante tan de moda. Estaba deseando salir o mirar la calle y ver pasar a la gente que me parecía contenta, aunque un poco torpe todavía como el despertar de cualquier animal después de una larga hibernación. Sedientos de terrazas al aire libre con las cervezas bien frías y las patatas. Con las ropas ligeras, felices de la nueva luz que renuevan cuerpo y alma...


Llevo unos días que no veo movimiento en su terraza y me preocupa. Veo las persianas y tengo la sensación de que siguen igual, en la misma posición que hace ya unos cuantos días. Pero me digo que tiene vecinos de piso y supongo que vecinos que le echarán en falta si es que ha pasado algo. O a lo mejor es una de esas personas que no se habla con nadie que lleva años sin hablarse con nadie por algún rifirrafe. De esas cosas que pasan con frecuencia en las comunidades de vecinos o sencillamente que hace mucho que no sale, porque no puede o porque no le apetece. Reconozco que pensar en estas cosas me distrae y me olvido de esta puñetera silla a la que me veo forzada cada día para los restos como un tributo a la vida después de haberla tenido rica y entretenida. Parece un justo pago al que no tengo más remedio que someterme...

Comentarios

  1. Me gusta el final tan sorprendente . La señora se interesa por la vida de su vecina mientras destapa al lector , al final , otra incógnita de hechos sucedidos a la observadora narradora que permanece en una silla . ¡ La vida de los demás es una incógnita y , la nuestra propia , una digna muestra de experiencia para los demás por descubrir ! Tú siempre afilas el lápiz para describir y escudriñar las cosas y las vidas más cotidianas de manera sútil e inteligente . Gracias por hacerlo ..

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