SOBRE LA MARCHA: Pequeña Morenita
Ha empezado a llover.
Después de tantas semanas sin caer una gota de lluvia, de la sequía obstinada,
el cielo se ha oscurecido y el viento ha empezado a arreciar. Todo apunta a una
gran tormenta de verano. Mamá ha ido a recoger la ropa tendida, como una loca,
parecía que le iba a dar algo, y en un santiamén, estando las dos cuerdas a
reventar, quedaron vacías y temblonas. Y todo en un pispas. Y me preguntaba si
mamá tenía algo de mágica por lo rápido y bien que hacía las cosas. A su lado
todo parecía fácil. El tendedero se halla en la azotea dos pisos más arriba de
donde nosotros vivimos y consiste en dos cuerdas colgantes, colgaderas o
colgonas, nunca supe porqué mamá las llamaba cada vez de una manera diferente, de
lado a lado de la pared .…Todo ha quedado en un agüilla de nada, parecía el fin
del mundo a tenor de la oscuridad tan profunda que se había hecho a las cuatro
de la tarde pero otra vez, como en estas últimas semanas han caído del orden de
cuatro gotas por metro cuadrado, como dice el hombre del tiempo por la radio, y
con eso ha sido suficiente para dejarnos a todos con las ganas y a algunas, a
Juani la vecina, con la ropa tendida, más sucia que limpia, para echarla de
nuevo a lavar.
Cuando oía la voz de mi padre nada más
entrar por la puerta de casa llamándome de la manera tan suya, de esa manera
que a mí me parecía tan cálida y cariñosa buscando a su pequeña morenita, que
era como me llamaba siempre y seguidamente me dejaba aparecer corriendo por el
pasillo, pataleando con mis piernas todo lo fuerte que podía en la tarima para
llamar su atención y metiéndome entre sus piernas con una risa nerviosa como de
haber sido descubierta, sintiendo la tensión de sus músculos cuando golpeaba mi
cabeza en sus muslos y segundos después sintiendo el aire, en mi cuerpo
volteado, descubriendo las paredes de distinta manera, con los cuadros que a mí
me parecían tan serios y que al cobrar vida flotando en el espacio, no lo
parecían tanto y los dibujos del suelo moviéndose como enloquecidos, descubriendo
que el mundo tenía movimiento y que, una vez puesta en sus poderosos hombros a
horcajadas, lo que yo veía desde mi estatura nada tenía que ver a cómo se podía
ver desde la estatura de mi padre. Por eso es tan poderoso pensaba yo...Era
feliz...
Mama me cuenta, porque me
cuenta muchas cosas ¡y cada cosa! que a veces pienso que habla tanto conmigo
porque se cree que, de la mitad de las cosas que me cuenta, no me entero más
que de la mitad, es decir un cuarto del entero. Tal y como es mi madre de
reservada, si supiera que esta pequeña cabeza da más de sí de lo que todos a mi
alrededor se piensan, no me contaría no ya la mitad de la mitad de las cosas,
sino que nada de nada. Cuando más se le suelta la lengua es a la hora de ponerse
a planchar, será por los vapores que suelta el agua cuando la reparte con los
dedos por la ropa y pone el hierro encima, que si en la época de la república las
gentes tenían muchos conocimientos, que si el nivel cultural era muy alto y que
todo el mundo sabía muchas más cosas que ahora y de muchos más temas. Y con
tanto Que-si-todo se me despierta el apetito de una manera brutal y hacemos una
pausa y me prepara una rebanada de pan con aceite y azúcar y un vaso de leche y
ella se prepara un café poco cargado para no desvelarse por la noche. Y retomamos cuando
ella retoma la plancha, como en un acto reflejo…Pero que cuando pasó lo que
pasó, no solo se metió el miedo y la hambruna en el cuerpo de las gentes sino
que deshizo las mentes atontando a los listos y dando poder a los más tontos. A
los más fuertes les hizo dóciles y todo ello con la anuencia y en colaboración
con la iglesia ¡que parece hasta mentira! Y aquí parece que se enfada más y
deja caer la plancha en el hierro posaplanchas, acompañando el enfado con el
ruido del choque del metal. Y yo me asusto por que no me lo espero y pego un
respingo. Pero no se da ni cuenta. A los que se les supuso sanos o menos
afectados, parecieron olvidárseles las lecciones del pasado y se sometieron
como corderos, no digo tanto en el momento y en los posteriores días de
terminar todo, como a lo largo de los primeros años cuando todavía se podía haber
hecho algo. Contándome esas cosas no entiendo como los mayores a veces son tan
torpes o tienen menos conocimientos que nosotros los pequeños. Dice mamá que lo
que pasa es que son más temerosos porque han vivido más y saben más cosas de la
vida, que con la edad se sienten más débiles y se pueden defender peor. Pero
ella sabe que yo no me refiero a los ancianos…
Abría la puerta de casa
con ganas de vomitar, mareada, humillada, queriendo morir pero a la vez
esperanzada de que todo lo que estaba pasando, de lo que todo lo que se estaba
diciendo de mí padre hasta estos mismos momentos fuera un lamentable error. En
tan solo unas horas el mundo había dado una voltereta como las mías de pequeña,
no había caído bien y su sistema de flotación se había descentrado. Nada
parecía estar en su sitio. Lo más extraño es que el efecto solo había producido
daño en mí. Tal vez era la última voltereta simbólica que me daba mi padre.
Papá había dejado de ser poderoso con el paso de los años y ahora era un
anciano amable en un cuerpo agradecido alguien que no le hubiera conocido en su
buena época no podría echarle los años que tenía. Pero yo le veía mermado de
facultades. No era aquel hombre que entraba exultante en casa que cuando me
dejaba en el suelo después de haberme hecho flotar durante unos segundos que a
mí me parecían décimas de segundo, cogía de la misma manera a mi madre y la
volteaba igual con las risas y algún requiebro ante tanta fuerza y no sé qué de
¡me vas a dejar moratones por todo el cuerpo bruto! acompañado de un golpe en
la espalda y unas risas nerviosas. A pesar de la edad seguía haciendo muchas
cosas y se valía por sí mismo, se daba largas caminatas por el parque del oeste
y siempre venía refunfuñando de la gente tan diversa decía con cierto retintín
que había y se malhumoraba del cómo era posible que esa gente de tan lejos se
reuniera todos los días en el parque y lo dejara todo hecho un asco y acto
seguido rememoraba esas mismas caminatas con su mujer, mi madre, agarrada de su
brazo y pavoneándose delante de todos los militares vestidos de bonito azulado
del ministerio del aire que salían de paseo perfectamente uniformados y con
ganas de echarse por novia a una criada de buena casa y yo agarrada de su mano
grande y fuerte. Era imposible que a su lado me hubiera pasado alguna vez algo
malo...¡Era feliz!.
Mamá me cuenta la historia
del cura de su pueblo que estuvo al lado de los republicanos y que no le fusilaron
porque intervinieron los cardenales, obispos: toda la curia y que consiguieron
el indulto, pero que tuvo verdaderos problemas con sus jerarcas porque le
querían echar de la iglesia si no era capaz de conformarse con lo que había en
ese momento y que cualquier acto sedicioso de las órdenes establecidas era un
claro síntoma de rebeldía que se podía pagar con el fusilamiento y en el mejor
de los casos con la cárcel a perpetuidad. A si que no era demasiado inteligente
hacerle frente al poder cuando este era tan beligerante con los parias y tan
espléndido con la iglesia en este caso que a cambio de su mutismo o su conformidad
podría seguir ejerciendo y que si perdía los poderes eclesiásticos, a partir de
ese mismo momento, quedaba a la buenaventura.
Me quedé bastante mejor
después de potar aunque sentía que alguna garra me retorcía el estómago y que
el sabor ácido de la bilis se me había quedado adherido a la boca. Me sentía sucia y
la ducha caliente me llamaba a gritos, el olor del gel, el vaho que se formó de
inmediato me reconfortó momentáneamente, una taza de manzanilla haría el resto
pensé. Me dejé caer en el sofá con el albornoz aún húmedo e instintivamente
abracé el cojín azulado que me había regalado papá antes de estrenar la casa y
que tanta o más ilusión le hacía que a mí. Eso sí dejando claro que era para la
casa nueva. Y lloré y lloré y lloré amargamente. No recuerdo más...abrí los
ojos sobresaltada y miré el reloj sentía un profundo desconsuelo un vacío
inmenso, los ojos los sentía gordos, los labios resecos, me escocían. El
teléfono atenuó mi irrealidad y me equilibró. Hubo un momento de incertidumbre
no supe si había sido el timbre del teléfono el que me había despertado del
sopor o todo había sido una premonición y que instantes después de despertar
sonaba el teléfono. Sonó mi voz, seguida la voz de mi padre que me suplicaba
sollozando que no le colgara pero mis fuerzas flaquearon ante la aceptación de
su mal. Odié todo lo que tenía alrededor odié el cojín que olía a sangre, odié
mi apellido, y a mi madre por haberse casado con aquél hombre que tan solo
hacía unos días veneraba y que ahora me era difícil considerarlo como mi padre
y odiaba al mundo y a la vida, por hacerme ver una realidad de la que, si yo
hubiera sido en algún momento consciente, o hubiera tenido la más mínima duda,
me hubiera escapado. ¿Era feliz? ¡A la mierda la felicidad!
Mamá me cuenta la historia
del cura de su pueblo porque así se lo contó su madre. Pero sabe que a mí ya no
me interesa tanto lo que le pasó a ese cura, que por otro lado ya me conozco de
tanto oírsela. No, ya no quiero que cubra su dolor con el dolor del prójimo.
Que cubra tanta mentira con cualquier otra mentira. Ya no. Lo que a mí me
interesa es saber la verdad sobre los hechos que llevaron a mi padre a la
cárcel, por supuestos malos tratos con resultado de muerte a los presos en la
época de la dictadura.
Mamá siempre se echa a llorar y no quiere saber nada de ese
asunto para ella está muerto y enterrado el tema y su marido. Le hace tanto
daño que desea morir en ese mismo instante. Ella se siente presa del preso,
muerta de tantos muertos como dejó mi padre. Y se pregunta tantas cosas que no
es capaz de…Es posible que acabe mal de la cabeza, tal vez sería lo mejor que
le podría pasar. Pero ella, enjugándose las lágrimas y con una sonrisa amarga,
me quiere contar la historia del cura de su pueblo y cómo le salvaron los otros
curas de una muerte segura, en los tiempos de la guerra…
Un relato intenso ,repleto de emoción y sentimientos que necesariamente influyen en el lector permitiendo que también este se mimético con lo que lee.
ResponderEliminarUna manera magistral de contar realidades cotidianas ,cercanas ,cálidas y conmovedoras que provocan la necesidad de querer leer mas.
La ingenuidad de la niñez que todo lo idealiza porque poco conoce y necesita poco para ser feliz , contrasta con la cruda realidad de la que tiene constancia al hacerse mayor la protagonista del relato en la que la figura del padre queda por los suelos y ,que sin embargo ,tanto benerò cuando era niña.
ResponderEliminarApabullante riqueza de imágenes ,olores y sensaciones que conforman el transcurrir de nuestras vidas y que todos tenemos en la memoria (el sonido de la plancha en el hierro , el tendedero colgadero ,las carreras de niño ,el olor a la tormenta y su pavoroso viento que precede.....)
Magistral.
Cuando yo era pequeña recuerdo a mi abuela planchando ,con el hierro para posar la plancha ,colgando las sabanas después de haberlas puesto en añil , cosiendo vestidos a sus nietas haciendo festones primorosos ,.....yo la quería mucho.Tu transportas mi mente a esas sensaciones de placer que viví de niña y te doy las gracias por ello.
ResponderEliminar