SOBRELAMARCHA: Madrepepa


I

Se había acostumbrado a que la llamaran así y así era como atendía siempre. Casina tráeme esto, o Casina tráeme aquello. O Casina cuando te levantes me acercas lo de más allá. Casina valía para todo o para casi todo pero no era reconocida por nadie y menos por su abuela. No, para su abuela era un perfecto desastre desde que nació hasta que ella murió. Nunca casina fue del agrado de la abuela. Casina ha venido con defecto que te lo digo yo que esta niña desde que nació no ha salido bien. Y la abuela la cogía por los brazos y la zarandeaba con más fuerza que las abuelas al uso, de eso estaba segura Casina. De tal manera que cuando la soltaba sentía un alivio que pronto se convirtió en un placer más para ella. Un placer inexplicable. Era capaz de aguantar el dolor por el placer de sentir el alivio de después. Y eso fue algo que le enseñó la abuela sin querer; a experimentar con el dolor y sus grados de aceptación, a sacar del sacrificio provecho y del dolor placer, pero sobre todo con la satisfacción de verse ganadora, porque si hubiera sido consciente la abuela del efecto contrario de lo que hacía, de ninguna manera se lo hubiera enseñado. Se hubiera quedado sin sus zarandeos.

La abuela, la Madrepepa, como gustaba que le llamaran los nietos de su hijo pequeño y solo ellos, ya que el resto, tan nietos como los demás, tenían el permiso y el privilegio de llamarla abuela. Ellos se habían quedado en el pueblo, como Dios mandaba, pero claro los otros no. Y así estaban  descastados y echados a perder por la mala influencia de la capital. El pequeño de los hijos de Madrepepa y por consiguiente padre de Casina, siempre había hecho lo que le había dado la gana y allí se fue en busca de novia y allí la encontró. Allí se casó y allí tuvo a sus hijos, pues para que quería que Madrepepa le diera las bendiciones porque con ellas o sin ellas hubiera hecho lo mismo. Pues por lo menos que se lleve cuando yo muera ese mordisco en el corazón para que se acuerde siempre de su madre que no quiso que se fuera del pueblo, con la de cosas que había que hacer en el campo. Pero el señorito que se creía más que nadie se tuvo que largar. Y Madrepepa seguía rumiando las palabras que solo llegaban a ser para los oídos de los demás simples murmullos de abuela con un bajón tremendo en nada de tiempo. Era peculiar sin duda, muy peculiar y a quien le ponía la cruz ahí se quedaba incrustada para siempre. Era una andaluza seria, una andaluza recia, hecha a base de sacrificio, a base de golpes de azada y pala, que siempre había ejercido de cabeza de familia ya que sus padres la dejaron con una prole de hermanos, bien jovencita ella y bien mocosos el resto de hermanos. Allí siempre se hacía lo que en su lógica más le convenía a todos. Y el resto de la familia bien por dejadez o bien por comodidad le había dejado hacer hasta que la vuelta atrás ya no era posible...

II
Casina había nacido, según la abuela, con defecto de fábrica. Claro viendo a la madre, tan delgaducha, tan poquita cosa como era...mira que se lo dije una y mil veces. Con esa mujer no Paco que no te va a dar más que problemas y a traer más que disgustos. Pero él nada de nada, tan cabezota y tan calzonazos como su padre. Anda hijo hiciste bien en salir espantado a la capital que aquí te hubieras muerto de hambre. Lo único que has hecho bien en tu vida. Pero claro en la capital tuviste que echarte la novia con lo buen partido que hubiera sido la Aurora, la hija de la Jacinta. Esos sí que estaban forrados y con tantas tierras que tan solo una de ellas era más grande en extensión que todo el pueblo junto. Y ella bebía los vientos por ti que es que no te quitaba ojo en los bailes de la plaza del pueblo los domingos seguidos que el alcalde decidió darnos durante la primavera del mismo año en que tú lo dejaste todo por irte a Madrid. Y una que podía hacer si no darte a regañadientes mis bendiciones y rezando mucho a la virgen de la soledad de la cual sabes que soy muy devota para que te trajera hecho un señor. Pero no, tú poniéndolo difícil como siempre. Echándote la novia con menos chicha de todo Madrid. La elegiste a posta porque sabías que a mí me iba a desagradar enormemente o es que mi virgen de la soledad en ese momento estaba a otra cosa. Y con menos gracia y así claro la pobre hija tuya ha salido como ha salido la pobre pero qué culpa tiene ella. Aunque le debo unos cuantos rezos porque de tres hijos la niña es con la que no has acertado. Casina, casi se queda en menos pero mira hubo suerte porque a la pobre tampoco la deseo ningún mal, pero yo creo que a esta niña mejor si se queda aquí, en el pueblo sin salir mucho y haciendo lo que yo la vaya mandando que tampoco es tanto porque sé hasta dónde puede llegar. A mí me haría compañía o me tendría muy entretenida y ella seguramente se acabaría adaptando a la vida de pueblo mucho mejor que a la vida de la capital, mucho más inhumana. Pero hijo como tú quieras, como siempre has hecho lo que te ha dado la gana sin escuchar consejos de nadie pues eso será lo que hagas al final y no creo que a Casina la dejes conmigo porque no sé muy bien el porqué me da que desde que murió tu padre has venido menos al pueblo a verme a mí y a la familia que te queda que todavía es mucha. Pero quiero mucho a la niña es como que necesita que la proteja pero sabes que yo quiero lo mismo o más desde mi mal carácter que sé que tengo. Pero hijo sabes que siempre ha sido igual y si en algún momento pude cambiar no lo hice y ahora que ya casi huelo a tierra, no veo el porqué. Como si ese estado de mi ánimo fuera a cambiaros para quererme más. Porque sé que en el fondo de vuestros corazones tengo un pequeño hueco y no como vuestro padre que tiene un trono. Bueno él murió antes y se lleva esos honores y yo el placer de haberos tenido por más tiempo y haber conocido a todos mis nietos. Eso es todo que no es poco…

III
Casi ná, me empezó llamando mi abuela que era de esas abuelas recias, de las que no había manera de doblegar. Ni la misma muerte se atrevió con ella porque según cuentan se tiró siete días con sus noches agonizando. Otros decían que charlando con ella a ver si la convencía de algo o la sacaba información. Y le costó llevársela, casi no puede con ella pero al final, la doblegó porque no hay lucha que pueda vencer a la muerte. Se le suponía enfrentándose a la muerte pidiéndole explicaciones del porqué hacia las cosas que hacía, como tan a la ligera, sin cuidado con un desprecio total a las personas fueran de raza distinta, condición, religión e incluso edad. Esto último a ella, la llevaban los demonios. Porque a unas malas que se me lleve a mí, la oía decir yo cuando hablaba con alguna vecina, pero no a mis hijos y mucho menos a los hijos de mis hijos.  Del porqué se tuvo que llevar a la hija pequeña, tan pequeña con tan solo tres añitos, de la tía paca con lo que les había costado engendrarla que ya cuando habían perdido todas la esperanzas les vino un angelito del cielo para tres años después volvérselo a arrebatar de las manos, de su vida, de la vida de todo el pueblo, que habían querido a la niña paquita como si fueran todos familiares. Y que había conseguido que todo el pueblo se encolerizara por tamaña injusticia. Y es que Paquita era de esas niñas que no había manera de no quererla y darle una achuchón cada vez que la veíamos que era todos los días unas cuántas veces. Pero que incluso, había gentes del pueblo que hacían todo lo posible por verla a diario, como si de una peregrinación se tratase, para ver a una virgen en una urna.

Cuando murió la niña Paqui, durante muchos años no había momento en que su tumba no estuviera con alguien rezándola o hablándola. Claro se había ganado el cariño de todo el pueblo. En cuanto oía mentar su nombre, ya levantaba esos bracitos pequeños y blanquitos y echaba a correr para que la cogieran en brazos de cualquier vecino que la llamara. Era una niña que cuando te abrazaba te llenaba de paz. Y cuando te miraba siempre te sonreía dándote la alegría que te pudiera faltar, en ese momento. Tan pequeña, tan delicada y dulce, tan bonita….qué había conseguido con llevársela, seguiría la abuela amenazante ante la muerte. Te sientes mejor  viendo a una familia destrozada para siempre…en fin cada uno contaba una versión dependiendo del grado de afinidad que tuvieran con Madrepepa. Y en el pueblo había dejado una sombra gris llena de tristeza difícil de levantar. Y que porqué no se había llevado antes a su madre con lo que sufrió hasta que murió. Explicaciones que seguramente Madrepepa le estaba pidiendo a la muerte amenazante de no irse con ella si esas explicaciones no le satisfacía. Tan solo en un momento de debilidad fue cuando la muerte le alcanzó. Todos en el pueblo decidieron que había luchado con la muerte a brazo partido pero que había imponderables y uno de ellos era ese precisamente. Aunque hubo alguno que todavía dijo después de años muerta que a veces y dependiendo de por donde sonara el viento se oía a Madrepepa discutir con ella…

IV
Me quedé con el nombre de Casina, aunque ya sin acentuación, por derivaciones del idioma y la verdad una se acostumbra a escuchar desde bien pequeña ese nombre y lo hace suyo tanto, que ya casi no atiendo por otro, por el mío, por el de verdad, por el original, por el que me pusieron mis padres. Ya solo atiendo por Casina. Algún amigo queda que aún me llama Chabeli, y fue porque me preguntó, al morir mi padre, que cómo me llamaba él y me pidió permiso para seguir su legado y supongo que para imprimir un carácter de mayor complicidad, aunque cuando estaba con el resto de amigos nunca me llamó así. Solo cuando coincidíamos solos o quedábamos para desayunar en cualquier cafetería de Madrid o para dar una vuelta por el monte, actividad que por diferentes motivos acabamos perdiendo como se pierden tantas cosas a lo largo de la vida y que a mí me resultaba muy agradable. Pero no solo queda el recuerdo, si no la posibilidad de que en cualquier momento se pueda volver a retomar. Bueno por lo que fuera él quiso adoptar ese nombre que nadie excepto mi padre y ahora él, me llama de esa manera y nadie más. Se lo permití porque es un buen amigo. Creo que el único que considero amigo. Me gustaba el nombre que me puso mi padre Chabeli derivado, decía él con mucha imaginación, de mi nombre verdadero o eso defendía él delante de mi madre que no podía escuchárselo decir. – Mira haz el favor de no llamarla así a la niña que parece tonta la pobre. - Tiempo después mi madre me confesó que había una niña, hija de un afamado y asiduo de televisión y prensa del corazón, que se llamaba igual y que no le gustaba.

Algo que no entiendo es que un nombre que ponen tus padres, que se supone que les gusta mucho, luego lo diminutivizan de tal manera que nada tiene que ver con el nombre original y lo frecuentan con tanto empeño, que se acaba perdiendo o que nadie se acuerda de tu nombre verdadero aquél que ellos estuvieron pensando para ti, durante los meses de gestación y que seguro fue tema de discusión suave claro, pero apostando fuerte, cada uno defendiendo su nombre preferido o más bonito o el que más les gustaba a cada uno, para que luego y nada más nacer y verte la cara me llamen a mí Chabeli. Pero da igual todos los padres del mundo lo hacen. Esos que llaman a sus niños Pacos en vez de Franciscos o Pericos en vez de Pedros, o Chabelis en vez de Casina.veis mi nombre casi se ha perdido, ni lo recuerdo. O cosas peores porque los padres se desproporcionan de tal manera, que ya no es que te dejen el nombre pequeñito es que a veces no tiene nada que ver, Chabeli o Casina, nada que ver con el mío, pero y chiqui, cuchi, neni, rati, chispi…en fin y eso tus padres, que como se ha quedado el mío, en el pueblo no me conocen nada más que como la nieta de Madrepepa o como Casina. Y chabeli solo mi padre y ahora mi amigo. Bueno a mí Chabeli antes que ese nombre saltara a las portadas me sonaba interesante a la vez que dulce dependiendo de en qué vocal hicieran más fuerza al nombrarme. Pero me gusta porque me suena a nombre de padre y ahora de amigo y eso me agrada.

V
Dejaré descansar por un tiempo a la abuela, a mi abuela, a esa mujer que no admitió nunca que los hijos de mi padre, su hijo, la llamaran abuela. Esa palabra para los nietos de sus otros hijos que se habían quedado con ella en el pueblo sin abandonarla o que por lo menos habían emigrado a la ciudad más cercana y que en cualquier momento se podían presentar a estar con ella. Pero no los descastados y debiluchos hijos de su hijo mayor, de su primogénito y de esa mujer madrileña delgaducha y tan poquita cosa que se lo había llevado para no dejarle regresar jamás. O eso era lo que decía pero sin ningún fundamento. Cuántas discusiones vi yo en las tardes de domingo cuando nos poníamos a jugar a las cartas con mi padre y que mi madre le decía o casi mejor sugería la posibilidad de pasar un puente o incluso no la importaba un fin de semana para que viera a su madre y a sus hermanos a lo que él se negaba diciendo que bastante tenía con el volante diario como para hacerse más kilómetros los fines de semana y para estar escuchando reproches viendo malas caras y recibiendo perores contestaciones. Ya había tenido bastante con la última, que acabaron casi agarrándose entre los hermanos y que madrepepa después de haberlos liado, de haberlos llevado a ese extremo y luego para no perder el protagonismo y como ella no podía pelear pues sacaba sus armas poniéndose malísima viendo casi pegarse a sus hijos entre ellos. Así era o fue ella.

Madrepepa murió en paz y en gracia de Dios como se solía decir aunque no hubiera sido así. Y nos dejó un vacío muy importante. Es posible que una mujer con ese carácter tan endiablado que traía a padrepaco y al resto de los mortales que nos poníamos a tiro, por la calle de la amargura. Cuando no era porque no se hacían las cosas como ella quería era porque se hacían las cosas sin que ella las hubiera dicho. O cuando no venía alguno de sus hijos a alguna celebración de las que ella consideraba importantes, por problemas de trabajo o porque tuvieran algún evento inexcusable, aunque el resto estuviéramos allí incluyo nietas y nietos, se ponía o echa un basilisco o al contrario ya no levantaba ni la cabeza del suelo ni la voz de su propio cuello. Mohína. Recuerdo un verano de bien pequeña que me había empeñado en aprender a leer y que le decía a madrepepa que aprovecharía la siesta para leerla a ella, ¿Vale abuela? Y me cogía de las coletas no demasiado fuerte y se acercaba mucho a mi cara tanto que la olía el aliento a aceite de oliva hecho, a frito, a refrito. La verdad es que toda la casa me olía igual. A mí me llamas madrepepa, me decía no demasiado dura aunque su cara y su voz siempre me lo pareció. Y yo no entendía cómo yo no la podía llamar abuela y los otros nietos sí, pero ni yo ni mi hermano el mayor. El tercero de mis hermanos vino más tarde y ya fue otra cosa. Pero ella, que no tenía ninguna paciencia, salía despavorida después de haberme escuchado leer dos líneas con la dificultad del aprendizaje de algo tan importante pero tan difícil como era la lectura de unos símbolos normalmente negros en unas hojas normalmente blancas y encima entenderlo. Y es que no recordamos el tiempo invertido en aprender a leer durante nuestros primeros pasos hacia lo que debería de ser una de las grades y más importantes acciones de nuestra educación, porque nos va a acompañar durante toda la vida y sin ese aprendizaje a conciencia no podremos ser personas auténticamente libres. Es un esfuerzo muy importante. Pero madrepepa no tenía paciencia oyéndome como me trastabillaba con las palabras o cuando le preguntaba que palabra era esa siempre apelaba a que no llevaba las gafas encima cuando no decía pregúntaselo a tu padre que nos ha salido muy listo. Años después me enteré de que nunca supo leer y que aprendió a escribir su nombre con mucha dificultad y poco más. Mujeres de campo hechas de tierra y sol, de frío seco, de hambre y religión. Mujeres fuertes por obligación…

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