SOBRE LA MARCHA: Y por fin llego a casa...

Al entrar en casa, Lucía, dejaba las llaves en el armario que estaba detrás de la puerta. Recordó que lo primero que hizo nada más instalarse en ese piso fue comprar el armario para dejar las llaves. No entendió nunca de dónde le vino la manía esa de dejar las llaves en el mismo sitio y a ser posible en el armario detrás de la puerta de entrada. Nunca las dejaba puestas como su madre, que decía, que estaban mejor dentro de la cerradura con media vuelta para que nadie pudiera abrirla por fuera, que lo había visto en un programa de la tele por las mañanas y que la policía aconsejaba hacerlo por seguridad. Pero Lucía pensaba que unas llaves colgadas de la cerradura de la puerta era siempre una invitación para que se fueran los amigos o la familia o quién estuviera en casa y que a ella siempre le había parecido bien no hacerlo como su madre. Sencillamente le parecía desconsiderado para con los demás. Tampoco era algo que le hubiera preocupado nunca, aunque su madre estuviera todos los días que subía a su casa recordándoselo y a veces hasta asustándole con la aparición de intrusos por las facilidades que se les daba. Cuando te lleves el susto te acordarás de tu madre decía casi de malhumor por no entender que una cosa tan clara, en una cabeza tan joven como el de la hija, no lo entendiera...seguidamente sus pasos se dirigían a la cocina donde en el tendedero acristalado había puesto el armario de los zapatos y allí se descalzaba despacio sentada en un taburete y se ponía las zapatillas con un suspiro de alivio. Nunca había llevado un calzado cómodo y sus pies a lo largo del tiempo se empezaban a resentir. Visitar al pedicuro era una tarea que tenía que acometer lo antes posible para eliminar esas durezas que todos los días tocaba cuando eran liberados los pies de la tortura. Se frotaba para hacerlos entrar en calor y de paso dar libertad a la sangre para que fluyera de nuevo con más alegría. En este acto no tenía demasiada prisa. Se tomaba su tiempo como haciendo ver a sus pies que no les ignoraba del todo o más que a cualquier otra parte de su cuerpo del que nunca había reparado, más allá de lo que algún muchacho y no tan muchacho, le había requebrado por la calle y que tal vez entrando en una edad preocupante, debía empezar a cuidarse un poco más de lo que lo había hecho hasta ahora.
Finalmente entraba en su alcoba y se desprendía de su ropa de calle y se ponía cómoda para pasar el resto del día preparando las cosas para el día siguiente...y así un día tras otro. Juntando días le salían demasiados como para digerirlos y prefería no pensarlo. En la nevera siempre quedaba algo de comida y un refresco y el sillón era demasiada tentación como para no dejarse convencer y vencer...al final el sueño siempre le atrapaba...

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