SOBRE LA MARCHA: El cajón de los papeles perdidos

Se quedó atascada. Siempre, en su ya dilatada vida, le había pasado esto mismo. El ímpetu de unos días contrastaba con los siguientes de absoluta indolencia. No había larga continuidad. Nunca la hubo y eso fue su gran fracaso. Esa cabeza que estando al cien por cien podía dar mucho de sí, se quedaba como seca, como sin ideas, en cuanto se retorcía por lo más nimio. Siempre fui de la opinión que más que quedarse sin ideas conseguía, no sé cómo demonios lo hacía, aletargarlas en alguna parte de su cerebro y allí permanecían hasta el siguiente brote impetuoso, o lo que la familia creía que era lo aparentemente lúcido. Esas ideas tan brillantes salían de su letargo a borbotones y hacía sorprender a propios y extraños. Una y mil veces era lo mismo, durante muchos años de su dilatada vida. Obras inacabadas por sus lagunas, obras inabarcables por su desmesura, obras que dormían semanas o meses enteros el sueño de los justos en el cajón de sus papeles perdidos que era su cabeza. Se daba cuenta. Ya lo creo que se daba cuenta, aunque a nadie decía nada. Tan solo una vez me dijo en el más absoluto de los secretos, que para ella recuperarlos, era como reverdecer, era volver a vivir después de un largo sueño, era como un brote de primavera recién estrenada, como si de una planta se tratara de las muchas que adornaban sus ventanas y que le daban el color, el olor y la fuerza que le eran tan necesarias para su propia subsistencia. No era cosa de tomárselo a cuento. Tan solo necesitaba algo de vida a su alrededor, sus perros, sus papeles y unas cuantas plantas le eran más que suficiente. El día que se quedó atascada, palabra dicha por uno de sus sobrinos más pequeños, fue a verla para darle un beso y notó que aquello que era el cuerpo de su tía no me movía como siempre acostumbraba, con un abrir y cerrar de ojos, corrió lo más rápido que pudo por ese largo pasillo hasta que llegó jadeante y con el poco aliento que le quedaba soltó, la tita se ha quedado atascada. Los mismos ojos que se cerraban al contacto del ruido del beso, esos mismos fueron los que se perdieron el último beso dado. Nadie se atrevió a cerrárselos.

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