SOBRE LA MARCHA: Amadeo



Amadeo estaba embarazado, se lo habían confirmado los últimos análisis que se había hecho después de la prueba del test de embarazo comprado en una farmacia lejos de su casa para que no le reconociera ningún vecino y tuviera que responder mal a cualquiera de ellos. Prefería evitar antes que afrontar o como vulgarmente se dice prevenir que curar. Todo el mundo de su entorno incluido los vecinos del barrio que le habían visto nacer y lo sabían todo de todos. Si en algún momento tuvo dudas razonables, ya no. Tenía la evidencia de los análisis y eso era como dicen los católicos, palabra de Dios. Ahora solo faltaba esperar unos pocos meses para empezar a sentir esos síntomas que toda mujer embarazada podía tener o a lo mejor no tendría síntomas por ser hombre. Sería el primer hombre en sentir y el primer hombre en el que los científicos o los médicos tendrían que estudiar en profundidad para futuros diagnósticos para futuros tratados. Para poder hacer diagnósticos certeros en las futuras mamadres o pamadres o como lo fueran a denominar los hombres de letras. Todos involucrados ante la experiencia de Amadeo. Todos pendientes de él como siempre había querido ya desde niño. Distintas sensaciones, distintas formas, distintas maneras de hablar y de dirigirse a él. Sus maneras y sus formas también cambiarían iba a ser como cualquier mujer con los primeros síntomas y las primeras sensaciones, los primeros ascos, los primeros mareos y angustias, los primeros antojos. Le deberían de crecer las tetas para que amamantara a su criatura y que a su vez la criatura pudiera mamar como buen mamífero enfrentado a sus primeros retos en la vida. A lo mejor no generaría leche y tendría que dárselo con biberón como hace muchos años cuando los médicos decidieron que las mejores leches para los recién nacidos eran las leches de las farmacias porque eran las más equilibradas. Donde estaban todos los nutrientes que necesitaba un recién nacido no solo para vivir si no para estar bien alimentado. Que se criara rollizo y con mofletes rojizos era un síntoma de salud inequívoca. Hablo de los últimos años de la década de los setenta con el beibibum. Probablemente, en su estado, se volvería más sensible ante cualquier hecho que viera o que le contaran. Iría a comprar la canastilla de esas de mimbre tan bonitas y tan variadas. Yo una normal de un precio asequible. Vi una no demasiado cara de un poco menos de cien euros frente a las de trescientos pero muy apañada con su pijama de estrellas cien por cien algodón de 180 gramos. Una funda chupete con cierre lazada, también algodón cien por cien y una funda de biberón de las mismas características junto a un babero y un osito de peluche este todo poliéster...iré a mirar la ropita a la sección de bebes en cualquiera de los grandes almacenes donde habitualmente voy a comprar ropa antes de que se me empiece a notar porque llamaría mucho la atención. Todo tan distinto a su condición de hombre...

La vida continúa rápidamente y ya son ocho los meses que lleva Amadeo embarazado y tiene ganas de vomitar casi desde el primer momento. Supone que es por esa razón por lo que no ha ganado tanto peso. Dice su ginecólogo, él sigue pensando que es su ginecólogo, que todos esos síntomas son psicológicos ni más ni menos y que debería de tomárselo con más calma, sin tanto agobio. El médico no está muy de acuerdo con la familia en ocultar la realidad, pero es lo que ellos han querido y en realidad y después de tantos años de ejercer la medicina y habiendo visto tantas cosas, en el fondo da lo mismo que muja un perro o que ladre la vaca. Su enfermedad no tiene cura y él está feliz con su embarazo. Le ha sugerido en no pocas ocasiones consultar con algún especialista, sin especificar cuál. Que dado su caso sería lo más conveniente. Evidentemente sé que esto que me pasa a mi no es lo normal y que físicamente es del todo imposible. Pero él lo sentía y su cuerpo no le engañaba. Y es que al octavo mes de embarazo su vientre se había ido hinchando de una manera tan espectacular como cualquier cuerpo embarazado. Descartaba sistemáticamente cualquier otra posibilidad que no fuera su embarazo. Cuando se veía desnudo y de perfil tenía una auténtica tripa de embarazado y si no fuera por lo evidente de su desnudo y que desde luego no pasaba desapercibido, parecía enteramente lo que Amadeo pensaba que era. Le había perseguido siempre lo que para el resto de la humanidad hubiera sido un motivo de orgullo, a él le repugnaba. El abuelo desde muy pequeño se vanagloriaba de tener un nieto tan superdotado físicamente. No iba mal calzado como le oía decir cuando entraba en el cuarto de baño y estaban bañándole el jodío niño no va mal calzado y acababa con un ¡qué jodío niño a quien habrá salido! y miraba a la madre como tratando de descubrir en el sonrojo de su rostro a su marido y sus noches de placer. Que la genética hubiera obrado el milagro y que se lo hubiera cedido tan generosamente a la criatura como una de las mejores herencias y sin generar mayores gastos que la del desgaste propio de la edad, era la maravilla de la madre naturaleza a la que debía estar eternamente agradecido. Y de lo que más iba a disfrutar. Qué jodío, qué jodio y salía dando cabezazos a un lado y a otro y un pequeño portazo con una risa socarrona y murmurando lo de qué jodío, qué jodio. Si el abuelo levantara la cabeza y supiera, nunca hubiera creído que aquello que pensaba le iba a dar los mejores momentos de placer y gloria en su vida, le quemara tanto en el cuerpo y solo sintiera asco y rabia, rechazo y vergüenza.

A Amadeo nadie le quiso decir, aunque él lo supiera, que su estado era delicado, con unos delirios cada vez más acentuados y que desgraciadamente su parto sería una simple declinación del verbo partir. Fue velado y enterrado con la dignidad de las personas amadas pocos días antes de que un maldito virus nos encerrara a todos en las casas asustados por su agresividad. Y enviara a nuestros muertos a la más triste de las muertes posibles: la soledad, sin velorios, sin despedidas tan solo la nada. Hoy veintitrés de abril de dos mil veinte, muertos Cervantes y Shakespeare, conmemorando el día del libro y en la sexta semana de este encierro involuntario ¡voto a bríos! que no podrá ni con la humanidad ni con el recuerdo de nuestros muertos. Para todas y cada una de esas vidas vividas, para tanta desolación de familiares desesperados por tamaño robo, para todos ellos, vivos y muertos mi recuerdo y mi abrazo.


Comentarios

  1. Este relato discurre entre la perplejidad del hecho con una sonrisa en la mirada, un placentero recuerdo, y un amargo sabor que se va transformando en dolor al reconocer en Amadeo a tantas personas que sufren por vivir la tragedia de estar en un cuerpo equivocado. Invita a la reflexión, a la aceptación de realidades que no son lo “normal” en la sociedad, al respeto, la consideración, la tolerancia, .... en estos tiempos y siempre, tan necesarios.
    Gracias otra vez . Como siempre sobresaliente.

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