SOBRE LA MARCHA: Libros usados y de ocasión



Siempre andaba buscando en los libros de segunda mano lo que para mí eran tesoros y siempre que iba, me encontraba con el mismo señor que hurgaba entre los libros como si anduviera buscando algo muy concreto. Como si buscara algo personal que perdió en un tiempo lejano y que le era de vital importancia. Se debía de pasar los días enteros metidos en la librería o simplemente era una coincidencia que fuera cuando yo iba; por lo general una o dos veces por semana. Me llegué a obsesionar con él. Me imaginé muchas cosas, hasta que era un fantasma salido de cualquiera de los libros y que podía tenerlo la librería como reclamo: que vivía allí. Aparecía como por sorpresa revolviendo una estantería, o con un libro en la mano ojeando con curiosidad o leyendo con mucho interés casi con fruición. O aparecía sentado en una escalera de tres peldaños de las tres que había distribuidas por toda la librería para poder acceder a los estantes más altos. Me pareció sorprendente que se manejara tan ágil por esos pasillos tan estrechos que separaban las filas de las estanterías. Una de las tardes en la que me dejé caer por allí no tuve más remedio que acercarme a él porque la curiosidad me comía por dentro. No sabía cómo entrarle y le pregunté a voleo por un libro como si fuera un trabajador de la librería y yo un cliente despistado sin entender que si a mí me había llamado la atención yo a él también. Hizo como que no me oyó, o no quiso contestarme para no tener que entablar una conversación con alguien que no conocía de nada, un pesado de esos que hay tantos por el mundo. Para él yo podía ser un joven fantasma, que podría haber salido de alguno de los libros esotéricos que había en las dos estanterías encima de las de novela negra y policíaca. Lo que fuera menos ir a molestar. No obstante y no sé porqué me obsesioné cada vez más, hasta el punto de ir cada día y a distintas horas a la librería nada más por ver si estaba allí. Había algo en él que me atraía profundamente, algo que no sabría explicar, pero que era motivo de insomnio, de nerviosismo, incluso de cambio de mi carácter ante la incomprensión que me creaba mi propia actitud. Me llegué a acercar al espejo del baño y a echarme la bronca por estar tan gilipollas. Hasta dudé de mi propio gusto sexual. Me peguntaba una y mil veces qué tipo de influjo raro ejercía sobre mí. Tal vez me recordaba a mi abuelo a quién conocí más de oídas que por haber vivido con él, por mi corta edad cuando murió. Pero me habían hablado tanto y tanto y teníamos la casa tan llena de fotos de él, que tal vez algún beso de buenas noches o escuchar su voz era lo único que me podía faltar. Por lo demás estaba bastante completo mi cajón de afectos y no es que no le echara de menos alguna vez, pero no de forma habitual. De ninguna manera admitiría que el hombre de la librería se pareciera a mi abuelo. Pero allí estaba revolviéndome las tripas de cara al espejo, mirándome fijamente como no reconociéndome y llamándome gilipollas.
Le grité al espejo golpeando el reflejo de mi cara con bastante violencia como para terminar con ese tipo de dudas. Violencia que me sorprendió porque nunca jamás había tenido una reacción tan beligerante. Me quedé esperando, mirándome fijamente, retándome a mí mismo. Esperaba tal vez una respuesta tan violenta como la mía de mi reflejo. Uno de los días que entraba por la puerta de la librería me abordó mi obsesión, así le empecé a llamar y me dijo que tenía que contarme una historia. Que si podía quedarme un rato con él me invitaba a tomar algo y charlábamos. El bar más cercano estaba al otro lado de la calle. El halo misterioso de la historia que quería contarme me llevó en volandas hasta las puertas del bar. Me empezaron a gustar las novelas de misterio y policíaco ya de adolescente, de la mano de Carmen Velarde una compañera de trabajo, gran lectora, que me llevó a Simenon, y como consecuencia natural, a Chandler. Descubrí indagando a Becker como gran cuentista de misterios y este me llevó de la mano al gusto por el siglo diecinueve, que devoré todo lo que caía en mis manos en un momento de mi vida. Además era la primera vez que me invitaban a tomar algo de esa manera tan rara. Me mantuve intrigado hasta que me vi delante de él con una cerveza en la mano. Empezó su relato con los ojos fijos en el vaso escarchado con la espuma rebosando. Haciendo surcos por sus paredes corrían las gotas como en una carrera hacia los posavasos puestos casi de cualquier manera en un tonel a modo de mesa y donde habían instalado unos taburetes también de madera bastante incómodos. Eran tres hermanos los dueños de esa librería, heredada de sus padres y estos de los suyos. Ya la tercera generación de libreros a cada cual mejor librero y mejor persona. Yo los he conocido, incluso a los abuelos de los actuales. Es decir libreros de toda la vida. Se levantó a pedir otras dos cervezas y después de acomodarse continuó su relato. Mira tengo que decirte que te he echado el ojo, no por nada raro no te vayas a pensar, si no por ser un cliente habitual y necesito hablar con alguien y me has parecido una persona muy empática. Me estuvo contando que era un antiguo empleado de la librería, que nunca quiso jubilarse y mucho menos antes de que le llegara la edad y que llegó a ser muy amigo de sus padres. Desde que me jubilaron, me presento cada día a la hora de abrir y me suelo ir a la hora de cerrar. Los primeros años los hijos me mantuvieron el puesto de trabajo, pero con la crisis y aprovechando que yo estaba un poco mayor aunque muy apto para seguir trabajando, aprovecharon como digo, para echarme. De nada valieron mis súplicas, de cobrar la mitad del sueldo, en fin, los primeros meses fueron muy duros, pero después decidí ser cliente y echarme todas las horas que quisiera incluso manteniendo las horas laborales. Les desconcerté. Como podrás imaginar sus caras de sorpresa cuando me vieron aparecer no tuvieron precio para mí. Las disculpas ya vanas echando toda la culpa al gobierno de turno y a la puta crisis. Emocionante lo que dio de sí mi postura de entrar cuando abrían y de salir cuando cerraban cumpliendo el horario laboral que antes me imponían y que ahora, por decisión propia hacía y sabía lo que les incomodaba. Puedes imaginar que una persona que es capaz de hacer eso es porque ese mundo era toda su vida. Los padres me contrataron y los hijos me despidieron esa era la verdad. El caso es que me hacía presente en la librería y sin comprar ninguno de los libros, sí elegía minuciosamente lo que pensaba leerme cuando terminara el que leía en ese momento. Hice mucho por la librería además de trabajar mucho. Los expositores de la calle invitando a los paseantes y futuros compradores a entrar a mirar “libros estupendos con ofertas de escándalo” se me ocurrieron a mí y fue todo un éxito. Para hacer clientes entre los niños pensé en “El fantasma de los ojos azules” y el que lo encontrara se le daba un premio y eso llenó la librería de escolares a la salida del cole y cada día, se llevaba uno de ellos un buen lote de libros. Era yo el que se encargaba de esconder una cartulina de la silueta de un fantasma al que le había pintado unos ojos azules rasgados, que no me quedaron nada mal, en cualquier sitio de las estanterías de los niños. Eso para mí era hacer potenciales lectores y por ende potenciales clientes. La cerveza se alargó unos tres o cuatro dobles más. Lo que me estaba contando Alberto, así se llamaba ese hombre, eran ideas innovadoras para el negocio en aquella época, considerando que hasta ese momento nadie había hecho nada más que lo estrictamente necesario según él. Me resultó de lo más interesante. Y ya a la quinta o sexta cerveza cuando decaía la conversación y empezaba a derivar en charla de borrachería, me confesó con los ojos más enrojecidos y con la lengua un poco trastabillada, que lo de que me había echado un ojo desde hacía algún tiempo, no tenía que preocuparme. Que empezó a observarme y a sentir curiosidad por el cómo miraba los libros. Le pareció curioso que tan solo mirara la primera página y que abanicara después las hojas hasta el final como si de tan solo una mirada me bastara para haber hecho una lectura. Demasiado rápida. Y es que en su percepción algo cierto había. Miraba la fecha de edición, en principio, con independencia al libro que fuera. Supongo que para el que mira será curiosa. Decía no haber visto nada parecido en tantos años de profesión. Y habían pasado todo tipo de personas. Entonces qué era exactamente lo que miraba de los libros y porqué hacia esas cosas tan extrañas...Se debió de dar cuenta de que mi boca y mis ojos se abrían cada vez más no dando crédito a lo que oía. Echó un trago largo como para refrescarse e hizo una señal al camarero para que pusiera otra ronda. Él era mayor, y ahora le veía mucho más mayor después de la tercera, pero con una capacidad de tragar litros de cerveza que a mí me estaba tumbando y asustando. Hice un gesto de que yo no quería más como para inducirle a que no bebiera más, pero como hasta en ese mismo momento no me hizo ningún caso. Otra y otra más. Déjame que siga contándote. Ahora no solo voy y sigo abriendo y cerrando si no que a la gente que entra la observo sin que se sientan observados. Yo afirmé con la cabeza y le dije que en todo caso yo me fijé en él por la coincidencia de cada vez que iba estaba. Pero no me escuchaba solo le interesaba hablar y hablar como si llevara siglos sin hacerlo. Llegué a poner notas, escritas por mí, en las novelas diciendo que "ese hombre que rondaba cada día por la librería es realmente el ánima de un empleado que murió ahí mismo de un infarto fulminante". Me estás diciendo que metes en los libros notas diciendo eso, pero con qué fin porque no lo entiendo. Y que te haces pasar por ese hombre que en realidad es un antiguo trabajador y que murió allí. Está claro que está pidiendo ayuda a gritos pensé. Haciendo oídos sordos a mi comentario siguió. Además de los carteles que yo mismo escribí y que fui modificando incluí lo del fantasma de los niños en el que regalaba un lote de libros infantiles y el quijote y volvía sobre sus pasos a contarme otra vez lo mismo con una lengua cada vez más imposible. Tampoco mis oídos estaban ya muy finos...muedto de drepente mientras ssscogía un puñado de libros almacenhados povicionalmente en el suelo a la espera de ser castalogadossss. Hizo una pausa para coger aire, joder no me salen las palabras y golpeaba la mesa haciendo una espuma más grande a la cerveza. Luego, siguió diciendo, los fonía ondenados en sus sssssstanterías codespondientes corespon...putas palabras endialadas endiabrasdas joderrrrr. Se me acercaba como para que no lo oyera nadie más que yo, shissss se ponía el dedo en los labios, aunque duraba lo que tahdaban en entar un par de dlientes, de clientes. Ahora hacía una mueca como entendiendo que se comía tanto las palabras que no me podía estar enterando de nada de lo que decía. Aunque a esas alturas ya no le debía de importar mucho o nada. Entre murmullos y con un toque de imaginación diría se le entendía mucho mejor, aunque la dificultad alcohólica estaba ahí. Y encima con la suerte de haber muerto donde él quería, al lado de sus libros. Cuántas veces lo había comentado a mis jefes “si no me muero matadme” y salía de su garganta una risa contagiosa acompañada de un gas que le venía a la boca en recuerdo de sus muchas cervezas. “Ahí quiero quedarme para la eternidad” hasta me arrodillaba y como el papa besaba el suelo y daba unos golpes con la palma de mis manos, pero no me tomaban en serio los cabronazos solo se reían. Madre mía cómo está este hombre de perdido, pensé. Pagó y le acerqué a su casa por miedo a que se quedara por ahí tirado durmiendo la mona. Al día siguiente me acerqué a la librería por si le veía para interesarme por él porque le dejé en el portal de lo que me dijo que era su casa en un estado bastante lamentable Déjame que termine de contarte lo que me queda, me abordó por la espalda en un susurro al oído. Había salido del único pasillo que me quedaba por mirar. Era otra de las  razones por la que me gustaba ir a ese tipo de librerías. Tenían su punto romántico y lleno de historias de cada uno de los dueños de los libros. Fantaseaba con esa idea y me llenaba la cabeza de historias inventadas por no darlas por perdidas muchas de ellas para siempre. Llevaba muchos años yendo. Se había convertido para mí en algo muy placentero. Revolver en las tiendas de segunda mano y encontrarme con lo que para mí eran tesoros, verdaderas joyas. A veces tiendo a pensar que Alberto me ayudaba a encontrar las cosas que sabía que me interesaban. O me encontraba un libro abierto con una dedicatoria. A veces pienso que aún sigue rondando por la librería para ayudarme como seguro que ya hacía en sus buenos tiempos con los demás clientes que él consideraba. Me conseguía larguísimas dedicatorias de amantes desesperados, o escuetas líneas de felicitaciones por cumpleaños, o navidad, o simplemente la fecha de compra del libro. Algún que otro regalo de libro de consuelo en momentos difíciles para el regalado. A veces se notaba la intención de alguno de ellos cuando las notas echaban chispas llenas de testosterona, habiendo más intención de ligar más allá que el hecho de quedar bien con la persona elegida. Intención que aunque más sutil no llevaba menos carga de hormonas por parte de ellas. A veces te encontrabas con transcripciones de versos conocidos de grandes poetas románticos que me recordaban mis tiempos de esas lecturas y a quién no volví a releer. Sin embargo en otras se notaban que eran originales y muy esforzadas con una retórica rallando en el paroxismo, digamos por ser generosos. De esos que se notan currados de mucho diccionario. Poetas asaeteados momentáneamente por los impulsos de los instintos más primarios. Versos adiamantados con el brillo del amor cuya única función era lograr enamorar a la destinataria del libro. En eso consistían esas pequeñas obras de arte escritas bajo el influjo del amor y a las que para mi eran motivo de celebración cuando conseguía encontrarme con alguna. También me encontraba billetes de metro antiguo señalando alguna página, prueba tangible de haber sido usado seguramente de camino al trabajo y vuelta a casa. En alguna ocasión aparecía algún libro muy subrayado y yo entendía, que era algún lector aplicado. Alguna vez, más raro, alguna anotación en los laterales o a pie de página. Poseer lo poseído esa sensación de tener ese libro entre las manos leído por una o dos o más personas y de alguna manera fantasear un poco no solamente en el alma del libro sino en el alma de las personas que fueron sus dueñas. Sus olores, el cuidado, el lomo muy abierto y arrugado, descuidado, casi desastroso con manchas de café y alguna quemazón. Con sus virutas de ceniza de ese cigarrillo que antes lo quemó dejando un surco amarillento de pergamino entre las hojas. O libros como nuevos síntoma de poco leído o de un lector demasiado cuidadoso. Por sus libros les conoceréis decía un maestro de literatura del colegio. Pero siempre supuse que no era tanto por el estado del libro si no por sus autores. Libros guardapolvos nunca abiertos, o estudiados a fondo que de todo había. Libros físicamente difíciles de abrir por el miedo a la descompostura y pérdida de hojas hechas por grandes editoriales muy poco cuidadosas para con sus lectores. Muy cutres diría yo. Empleadoras de pegamentos y con el papel de la peor calidad. Eso sí, con el precio inalterable haciendo el desprecio más absoluto a sus lectores en particular y a la cultura en general. La excepción eran los libros de bolsillo con sus correspondientes precios y que esos sí que se podían permitir el lujo sin engañar, de que sus lectores esnifaran el pegamento que quisieran por el módico precio de un libro de bolsillo. Huía de esas ediciones caras y pegadas. En principio solo los libros cosidos me merecían la pena. Para mi desgracia eran unos cuantos escritores que editaban sus libros en esas editoriales cutres. Bien es verdad que con la edad se vuelve uno selectivo y libros y escritores favoritos cada vez se reducen a unas pocas decenas, los demás ya no da tiempo a leerlos. Y así nos vamos apagando de recuerdo en recuerdo, de selección en selección.

Comentarios

  1. Querías contarnos la emoción, la intriga y la obsesión que acompaña a todo aquel que ama la lectura y persigue los libros más secretos como tesoros hundidos en el mar que hay que rescatar. Presentas un relato concienzudo en detalles de libros y librerías tradicionales y misteriosas abigarradas de tesoros para ser leídos. Yo pensaría que la obsesión por encontrar libros especiales le llevan al protagonista a imaginar, como una necesidad, una historia paralela con un personaje “fantasma” que le sacie sus ganas de más aventuras, historias misteriosas y conflictos como los que busca en los libros. ...¿Es real, o no, este personaje que vaga por la biblioteca.? Este es otro misterio para inquietar al lector. ...Gracias Tommy una vez más. Espectacular !!!!

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