SOBRE LA MARCHA: Otra música (Serie metro)





I
Entró en el vagón como una exhalación con las puertas entrecerrándose. Era una joven latina en pantalón azul vaquero corto, muy corto, escueto, bien ceñido, casi piel pintada de azul oscuro y una blusa blanca anudada más arriba del ombligo dejando asomar un brillante piercing redondo, grande, de un color dorado, que se lo tabapa casi en su totalidad. Él, latino también, pero del foro, moreno, barbado, de pelo oscuro, estaba ahí sentado como escurrido en el asiento y con cara de cansado. Con traje negro camisa blanca y corbata medio desanudada, por la hora no podía salir más que de su trabajo. Con la cartera del portátil en el suelo agarrando la correa con una mano y encima de ella el móvil y unos cascos grises colgando en sus orejas, como queriendo escuchar pero no escuchando o como no queriendo escuchar pero escuchando. Cascos como pendientes. Sus ojos se quedaron pegados en el cuerpo menudo de la latina, nada más entrar. Otros viajeros miraron la irrupción de la chica y alguno hasta cerró los ojos viendo el riesgo que había corrido por cogerlo. Pero el latino del foro sin guardar formas, perplejo, tan fijos sus ojos como los ojos de un ciego que parece que miran sin ver. Son muy jóvenes y parece que se gustan así a primera vista, porque ella se ha percatado de su admirador y se ha sonreído. Él parece muy cansado y ella está muy activa no para de moverse. Acompaña con las piernas para no caerse, los traqueteos del vagón que ya ha enfilado los raíles a una buena velocidad hacia la próxima estación que ya andan anunciando por la átona megafonía. Pero ella se mueve a mayor ritmo sin escuchar música alguna. Seguro que anda en su cabeza el recuerdo de la salsa que acaba de escuchar en su casa mientras se duchaba y vestía. Y esas notas en sus oídos grabadas le daban sin duda el movimiento a su cuerpo menudo: a su menudo cuerpo. El sonido de las ruedas metálicas rodando con un ruido ensordecedor. Él preguntándose si será tan ardiente como dicen que son cualquiera de ellas o si será solo un topicazo eso de las latinas. Todo el mundo lo dice. Si realmente tienen la sangre más caliente que él o que cualquiera de los de aquí. Y se pregunta si irá cada fin de semana a bailar salsa con ese cuerpo contoneándose a ritmo exagerado e insultante. Y se sonrío. Él, que solo sabe llevar el ritmo con el pie, eso sí de puta madre como él dice porque sentido del ritmo tiene pero en cuanto a música es de escuela clásica desde siempre que recuerde, tocador de piano el gusta a él decirse y el pie lo maneja bien dándole a los pedales de cualquier de ellos. A eso le condenaron, a estar agarrado a él cuando de pequeño consideró su madre que era de una gran utilidad estudiar música para un futuro pero sobre todo para que su educación fuera completa. Y que a él le espantaba cuando ese tiempo dedicado a diario a esas escrituras negras alargadas como borrones de niño pequeño, le exigían atención extrema y le condenaban a no poder jugar en el patio de su casa con sus amigos. Se le hicieron cada vez más comprensibles a base de verlas y de estudiarlas. Y mucho más adelante le fascinaron por su tremenda complejidad y por la fantasía de ir descubriendo sus significados con melodías maravillosas, músicos maravillosos, sus historias y sorprendentemente muchas muy parecidas a la suya en cuanto a su desagrado primario y transformado con el tiempo en un refugio para sus tristezas amorosas en las tardes frías de domingo. O en el centro de atención de cualquier reunión familiar que siempre se terminaba o se empezaba en torno a alguna canción tocada por él y cantada por todos los reunidos. Mucho tenía que agradecer, en verdad, pero no estuvo exento de sacrificios. La niñez pasa rápido y la etapa más larga es la edad adulta, le oía decir a su madre cuando le montaba en el coche para llevarle a la escuela de música. La mejor con la mejor profesora posible dentro de lo que se podía pagar y ya te acordarás de estas palabras de tu madre cuando te hagas mayor y puedas hacer hablar, otras veces decía sonar, otras cantar, cualquier piano que te pongan delante. Entonces te acordarás de las palabras de tu madre y me lo agradecerás. Ella se ponía muy solemne cuando iba a decir una cosa importante e incluso tornaba un poco la voz a más grave. También un poco pesada. Bien pues claro que se lo agradezco. Pero porqué me acuerdo de esto cuando estoy mirando, porque no puedo desviar la mirada, de la chica que ha entrado en el vagón y que se ha quedado de pie a pesar de haber asientos vacíos. Y a mí me encanta ver como en cada movimiento, en cada vaivén, ella se mueve como si estuviera bailando para mí. Me la imagino vestida de fiesta para salir con su pandilla y bailando libre en la discoteca al son de su sangre…voy a pensar otra vez en mi madre y a retirar la mirada porque me estoy desbocando. Es bonita y tiene la cara simpática. Los labios de un color rojo intenso que destaca mucho sobre su piel morena. Parece que lo tiene todo. La música me ha llevado a lugares insospechados, a caminos donde la imaginación volaba. Donde el silencio no existía y el tiempo tampoco. Y el sonido de las hojas de los árboles los oía en tonos delicados y el sonido de un rio estrellándose contra las rocas me evocaba mundos nuevos por descubrir. Sonidos todos diferentes, todos los escuchaba, los martillazos de un herrero, el trazo de la punta de los lapiceros de los niños dibujando sobre un papel. Y todo era distinto músicas distintas en distintos tonos y distintas melodías.

II
Mi padre era otra cosa. Decía que la música era ruido. Que no era capaz de concentrarse en ella; que ni la entendía ni tenía intención de hacer ningún esfuerzo para entenderla. Que los únicos ruidos que soportaba y que le encantaban eran los del taller, cuando se ponían los mecánicos a trabajar. Y eso era como música celestial decía. Que cuando escuchaba el sonido de un motor, del correr del aceite a la lata, de los elevadores, hasta de los gritos de los trabajadores llamando a un compañero para una ayuda, que se elevaba: justo lo que yo le decía que me pasaba cuando escuchaba a mis músicos favoritos. No entendía que mi padre se estuviera burlando de mí. Es verdad que tenía buen oído porque sabía exactamente lo que le podía pasar al coche que entraba en el taller. Para los motores era tremendo. Con su oído no hubiera tenido competencia en la música y habría triunfado, o se hubiera hecho un experto. Sin ninguna duda tenía un oído de los que llaman absoluto. Lo malo era que no se conformaba con no entender si no que lo llevaba al extremo de querer hacernos ver que lo nuestro, lo de mi madre y lo mío era el error. Y con vehemencia gritaba que era muy bonito pero poco práctico eso de dedicarme a aporrear el piano por un antojo de la caprichosa de su mujer hacia su hijo; que lo iba a hacer afeminado con tanta tontería y cuando estaba de buen humor decía que me apuntara a ballet y afianzaba su argumento preguntando que cuántos pianistas había que estuvieran forrados o fueran conocidos o reconocidos o sencillamente nombrados. Y hacía una pausa porque no se trataba de una pregunta que exigiera respuesta si no que era una continuación de su argumento para terminar diciendo y futbolistas cuántos se conocen en el mundo y cuántos ganan una pasta. Pues eso que tu sigas dando a tu hijo los posibles para que no se pueda ganar la vida nunca y solo tenga dificultades que la gente es muy mala y solo piensa mal de esas cosas. Y mi madre le respondía que como tú que no paras de meterte conmigo por algo que no entiende ni entenderá. Que también hay futbolistas que se mueren de hambre. Que no todos llegan como él dice. Y él despectivo. ¿Músico dices? pero si la mayoría son unos muertos de hambre, si se les ve tocando en el metro o en las calles pasando más frio que un perro chico y de comer no quiero ni saber lo que comen y si pueden llevar algo a su casa. O sea nada…Ni que decir cuando le llegaba el momento de tener que pagar a la profesora. Que como capricho era demasiado caro para el niño. Que con dos veces que fuera al mes era más que suficiente. Que cuatro clases eran demasiado. Que dinero dividido entre rendimiento daba negativo. A lo que la madre con una paciencia infinita le trataba de decir que no todo se podía medir de esa manera y que no todo tenía que ser inmediato. Que había que valorar otras cosas tan importantes o más que el dinero o los inminentes dividendos. Que esto era algo a largo plazo como si compráramos bonos del estado a treinta años. Y se empezaba a reír yo diría que a descojonarse de la risa pero tú te estás oyendo a treinta años pero si no vamos a llegar vivos para disfrutarlo. Es como comprarte un piso hoy y esperar a que te lo den dentro de esos treinta años que tú dices. Qué barbaridad. Pero bueno tú sabrás qué es lo que haces con tu hijo o qué es lo que quieres hacer y que sea en la vida.

Pero solo era eso no ponía ningún impedimento. Sencillamente le gustaba dar su opinión y exponer todo lo que la música le provocaba y hasta se le preguntaba que si de joven no había sido seguidor de Antonio Molina o de Juanito Valderrama o de estrellita Castro o de la Piquer. O de los Beatles o de alguien. Y sí, decía que lo oía en el transistor de su madre, pero poco más: no le daba ni frío ni calor. Sí era capaz de escuchar las letras de alguna de las canciones cuando quería ligarse a la madre y prestaba atención a eso y le gustaba, pero que la música le parecía toda igual.

A mi madre, por el contrario, le encantaba tal vez porque lo había mamado de su padre que era una enamorado de la música y sin ser profesional, tocaba el acordeón tan aceptable que de joven había dado conciertos en las fiestas de algún pueblo de alrededor del suyo en el sur del país. Y aunque les pagaban nada y menos era lo que necesitaban para sus gastos.

Estamos llegando a mi estación, en dos estamos, y no me quiero bajar. Quiero saber dónde se apea la guapaza que no ha parado de moverse cuando se ha puesto los cascos. Me pregunto qué clase de música estará escuchando y yo que se supone que soy un profesional debería de averiguarlo solo por cómo mueve sus pies marcando el compás. Como se me vaya la voy a seguir. No sé pero me llama tanto la atención. No voy a presentarme de golpe y porrazo porque la podría espantar pero tengo tanta curiosidad por saber algo más de ella. Paró en Plaza de España y un montón de niños ruidosos entraron en tromba al vagón. Unos peleando, empujándose y todos ellos gritando como desesperados. No habían dejado que ningún pasajero saliera cuando los chicazos entraron empujándose y en el momento que se iban a cerrar las puertas la morena desapareció de mi vista. Empecé a sudar. Es como si el segundo que dejé de mirarla se hubiera disipado, esfumado. A través de las ventanas del vagón no la vi marchar. Sencillamente desapareció, ya no estaba.

Comentarios

  1. Navegas con la palabra en el discurrir de ideas , opiniones de los personajes con el estilo de Saramago y tu particular dialéctica del lenguaje coloquial que dominas y muestras con suma cotidianidad y normalidad . Fluyen los diálogos y comunicas con agilidad la pasmosa logica con la que los humanos sentimos .Con prejuicios y a veces con descaradas ideas establecidas

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  2. Saramago estaría orgulloso de leerte y reconocer la seducción que ofrece al lector contar historias sin adornos y hacerte pensar en lo más cotidiano , en pequeños detalles y por ello , dar importancia a todo , en definitiva , a la vida en cada detalle .

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