SOBRE LA MARCHA: En el tren
Deslizar los dedos y tocar la madera, como si
fuera parte de ti. Sentir un miedo infinito a lo desconocido. Sentir los miedos
de las personas que tocaron esa misma madera de esa misma manera y a lo mejor a
esa misma hora. No sentirse valiente. Sentirse culpable y cobarde. No en ese
orden. O tal vez sí. Cobarde y culpable. Desdeñándolo todo, apartándolo de ti, como
si ese todo, hubiera tenido la culpa de la nada que te entumeció, te petrificó
durante tu corta vida, hasta ahora mismo, hasta este mismo momento que has
salido, que has cogido el tren que te llevará a alguna parte, pero lejos de
este sitio. Porque nada más importante pasa o nada más ha pasado que el hecho
de seguir con vida. Claro, claro, la muerte soluciona problemas pasados,
presentes y hasta probables en el futuro. La muerte disfrazada de solución,
parece que lo soluciona todo. Pero es cobarde, una solución cobarde. Lo
valiente es lo otro, vivir, afrontar, luchar. Y tú, por lo menos, has
conseguido algo importante, o un sucedáneo: huir. Has logrado sacudirte buena
parte de la vergüenza que te causa la vida hasta ahora y no sabes muy bien el
porqué. Tal vez el hecho de pertenecer a la familia a la que perteneces con sus
miles de problemas insostenibles para tu edad adolescente y no consideras esa
misma vergüenza en el resto de tus amigos que piensan como tú o no. Que sienten
lo mismo que tú o no. Un mundo lleno de incertidumbres o no. Toda una lucha y
todo un reto para ti o no. Mierda de adolescencia o no.
El vagón, un
antiquísimo vagón de madera, lleno de tanto ruido que sonríes pensando en tu
abuelo que te contaba historias del tren, de esta misma estación en la que te
encuentras ya acomodado en el asiento tocando la madera y con la vista puesta
en la incertidumbre de lo que te espera a partir de ahora. Tren que pasaba por
el pueblo lleno de todo: personas nuevas, reencuentros y despedidas, noticias
de todo tipo, alimentos y hasta novedades en la moda. La conexión con el mundo
exterior. El abuelo, el único que ha merecido la pena en tu vida. Y piensas en todos los abuelos de tus amigos, todos
ellos tan exagerados con este ruido que no es el suyo. El abuelo protestando
por el exceso atronador de la caja de bafles que he instalado en la parte alta
de la casa para estar más aislado para molestar lo menos posible y para que no
me moleste nada. Para que no me moleste nadie. Para poder darle caña a la
guitarra y no estar escuchando cada dos por tres, como si fueran los compases
de una canción aburrida salida de la boca de todos, porque a todos molesta, no
toques tan alto que te vas a reventar los tímpanos. Te vas a quedar sordo de
tanto ruido. O sutilmente deslizar por debajo de la puerta, artículos
recortados de periódicos donde la incidencia de pérdida de oído o sordera
absoluta en los músicos de rock es alarmante como aseguran los concienzudos
estudios de universidades americanas. Todo muy sutil, sin apenas daño. Y sonríes
pensando en el abuelo, en todos ellos y sus viajes eternos hacia eternidades
absolutas. Pueblos perdidos con paradas pedáneas de trenes que pasaban por
casualidad, llenos de ruido, ruido y más ruido. Es posible que más romántico
pero al fin y al cabo ruido ensordecedor de ruedas patinando por los rieles,
crujido de maderas secas a punto de romperse, crepitar del carbón en la
caldera, humo asfixiante de la chimenea, chirrido de frenos con olor a
quemado... Mucho más romántico sin duda pero ensordecedor como lo es ahora para
ellos este el de nuestros ruidos o algo parecido o no...
Otro inquietante relato de sentimientos humanos desaforados y vertiginosos que despedazan y acompañan al ser humano.Intrecalas el paralelismo del tren con sus vía,, su gente ,,su historia , con la propia existencia humana que lucha por abrirse camino en busca de la felicidad.
ResponderEliminarEsta vez has desnudado parte de tu alma y me has hecho asomar al abismo de la vida , de la lucha .por intentar que ésta no te engulla.y al mismo tiempo intentar,, tal como lo hace el tren en su eterno trasiego, luchar con aliento y esperanza hacia delante y con valentía.
¿Quién dijo que era fácil?
Gracias por sacudirme el alma.