SOBRE LA MARCHA: Tía Eusebia

El run run de todos los días. El mismo soniquete en su timbre de voz estridente. Llena de decibelios casi inaguantable para el oído humano. Agudos, muy agudos, extremadamente agudos, en su cuello fino, largo y blanco, como agujas de apunturar arrojadas por manos infantiles sin orden ni concierto a cualquiera de los viandantes que pasan por la calle. Frases sin sentido de pensamientos un tanto demenciados abordados con una cara frenética. Personas que no quieren pasar por la acera y cruzan peligrosamente jugándose el tipo. Ella, la niña pequeña, se altera y ríe y se le atipla más la voz. Y cuanto más ríe más se altera, y cuanto más se altera más risa le da y no puede parar. Podría romper el vidrio de los escaparates. Sabe que da miedo o que por lo menos asusta. Pero es inofensiva y la mayoría de las personas son del barrio de toda la vida y la conocen bien. Casi la protegen y la arropan cuando alguien no conocido se enfrenta a ella o maldice y amenaza con llamar a la autoridad. Ella, la niña pequeña, escapa corriendo y se protege detrás de alguien a quién conoce. Es la niña pequeña del barrio pero con los cuarenta de largo cumplidos. Los comentarios de los más viejos del lugar que conocieron a sus antepasados recuerdan los sustos que se pegaba la chiquilla por la aparición de gente en su casa que venía de visita a ver a tía Eusebia. Personas que daban terror o que a ella le causaban terror. Gente enferma con desmesurados rasgos en su fisonomía tan desagradable para ella, que se escondía dónde nadie podía verla. Aunque a veces la tía Eusebia la llamaba para que viniera a saludar a esa gente tan buena que la quería conocer. Y se tapaba los oídos para no oír nada. Todos los días a la misma hora tenía gente para tomar el café con pastas y todos los días a esa hora era la hora del terror. Un día se encontró con una persona cuya deformidad en la cara era tan exagerada que acabó perdiendo el conocimiento durante tanto tiempo, que el doctor que la vino a asistir decidió mandarla al hospital infantil y como si de un milagro se tratase abrió los ojos y vino en sí en ese mismo instante. Todo tan raro…la voz que ya de por sí era un tanto aflautada se convirtió como en alfileres para los oídos. La gente empezó a no poder soportarlo y la mandaban callar siempre que empezaba hablar y eso la volvió callada y huidiza. Ella, la tía Eusebia, era así de buena para con esa gente pero no supo nunca el terror al que tenía sometido a las personas que vivían en esa casa. Sobre todo a la niña pequeña…y ante alguna de las quejas siempre decía “Dios es bueno, para con los buenos.” “Es todo poderoso y lo ve todo y estos pequeños sacrificios los valora mucho”. Ella, tía Eusebia, se creía premiada con un buen puesto en el cielo de los mejores a la derecha de Dios Padre. Pero ella, la niña pequeña, ahogaba todos sus excesos, sus traumas, sus penas, dando voces desde que despertaba hasta que se apagaba agotada de tanto vocear. Increpaba y señalaba su casa con el dedo índice a cuantos paseantes se acercaban y enseguida señalaba al cielo diciendo ella, la tía Eusebia todo lo ve con los ojos de Dios. Ella le quitará el puesto de Dios y se lo quedará todo. Sí, ella, la tía Eusebia. Y salía corriendo dando gritos y enloquecida…

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